LITORAL ROCA DE AIRE verano que siembra islas de luz entre los jirones de la niebla migraciones del viento un ancla de tinta detiene su curso en la mañana inmóvil el día sangra
EL SUEÑO ES AGUA INERTE agua de pesadillas castillo de hielo y aflicción sube a los labios el mar imploración al cielo impávido laberinto corredor de la memoria la persistencia de la arena entre los dedos
EXTRANJERA DE LA LLUVIA la tormenta es de arena cae la niebla y el mar acepta su caída la oscuridad imprime su pie en la playa y bajo el viento es más desnuda la roca no hay piedad en los confines de su reino
Ciudadela junto al mar
Hacia el atardecer, agua de cielo nos envuelve, oscuridad ultramarina, extraña fruta del hombre ante los ojos (estéril tierra, ¿ardió la hierba en ceremonia de un ciclo?); desde la cima hacia un punto cardinal el mar y sus islas, tierra adentro, el milagro del valle. Aquí residencia de los dioses... En tales territorios entramos —templos de barro— como un laberinto de sombras, sombras de la memoria que se disuelven en el crepúsculo y tocan las manos el misterio de una quimera que fue himno en arcilla. Caminamos por los desiertos corredores, sin desasosiego, sin conciencia de cuerpo y tiempo, ¿somos profanadores o peregrinos de la ignorancia? ¿por qué miramos con asombro? Es el limbo del crepúsculo. Vamos entre corredores de la arquitectura y la poesía, con el recuerdo de las piedras en el alto valle metafísico. ¿Cuándo nuestra mano ha de asir lo que para ellos fue revelación? Parece flotar un lánguido sueño. Todo lo ignora el barro porque es efímero. Todo lo ignora la carne porque es otro día. Agua y tierra para esta morada. Piedra y canto para tus antepasados. Comen de mi mano las aves porque así lo dicta el deseo de verano. Es mediodía porque también vi la ciudadela abras(z)ada por la luz. Toda aquella jornada en la residencia de los dioses (sostenida por la melodía de tu belleza) quedó en naufragio de polvo y de ceniza.
Mesa y botella
En la bidimensión El poema acomoda Sus diferentes caras. Sin romper su forma El prisma se despliega Como abanico sobre la mesa. Un volumen que contiene La solidez de otros volúmenes La luz en el centro de otras luces Y el hombre en el centro de sí mismo. La forma simultánea Del mundo al unísono: De la ilusión al romance Con las estrellas y el sol. Y va el poema como la niebla: Recorridos por oleadas de silencio.
Hotel
Lejos de casa, de regreso en el hotel. Llegar como a la provincia de una alma en pena. Las claves canceladas, sin orientación y en soledad. Donde sólo la lengua natal es un refugio, Despojado de mujer y compañía. Y los poemas nos parecen falsas rapsodias. El hotel es un personaje más de la ciudad: En sus cuartos busca abrigo la luna O la luz del sol, según la melodía. Y murmura y murmura la orquesta: Generaciones condenadas, paraísos inalcanzables. Mujeres que son música, color y movimiento. Como si Lázaro se pusiera de pie, La verdadera vida se reinicia.
C
Siegan la hierba: monte de espigas. Siegan la luz: monte de sombras. A ciegas caminamos por el sendero, un báculo oscuro nos guía. No vemos el río, pero escuchamos su rumor; no vemos al grillo, pero nos fascina su canto. De nuestro paso por el verano quedan nuestras palabras como el agua detrás del barco.
F
Una estación que declina es una estación plena de imágenes. Algunas son ya andrajos; otras, carne de la memoria. La rotación de su música es el santo y seña. Ayer, luz que nutría su canto, clavado en la garganta del día. Después, himno de sombras, alabanza de lo que muere y resucita. Frente a los muros, que cubre de silencio el invierno, se puede hablar del dolor y la alegría, de la composición binaria de la vida. El otoño en ruinas entrega la estafeta. Te recuerdo: tu perfume de sándalo, el sabor de tu saliva, la fragilidad de tus promesas. Entre tus palabras me pierdo.
H
Una oración se desdibuja en mis labios. ¿Qué guio mis pasos hacia la ermita? Es bello el rostro de la virgen. En la oscuridad del invierno arden las linternas de la fe. Más desnuda parece esta casa en el invierno. Nubes de enero, cielo desierto. Comarca que es sepulcro y cuna de la hierba. En mí y fuera de mí escucho voces. Alguien al abrigo de las sombras parece tocar una flauta. Cúbrenos, Señora, con el manto del consuelo.
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