Y saber luego que eres tú barca de brisa contra mis peñascos; y saber luego que eres tú viento de hielo sobre mis trigales humillados e írritos: frágil contra la altura de mi frente, mortal para mis ojos, inflexible a mi oído y esclava de mi lengua.
Nadie me dijo el nombre de la rosa, lo supe con olerte, enamorada virgen que hoy me dueles a flor en amor dada.
Trepar, trepar sin pausa de una espina a la otra y ser ésta la espina cuadragésima, y estar siempre tan cerca tu enigma de mi mano, pero siempre una brasa más arriba, siempre esa larga espera entre mirar la hora y volver a mirarla un instante después.
Y hallar al fin, exangüe y desolado, descubrir que es en mí donde tú estabas, porque tú estás en todas partes y no sólo en el cielo donde yo te he buscado, que eres tú, que no yo, tuya y no mía, la voz que se desangra por mis llagas.
|