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La sombra
1 Aún es el invierno de 1911, muy lejos de Inglaterra, y en esta edición de la Enciclopedia Británica soy una sombra que no puede distinguir los colores; diariamente me visto de azul, un traje azul oscuro y una corbata de líneas azules. En lo más profundo de mi bolsillo sigue palpitando un reloj de plata con números romanos que no alcanzo a descifrar: perdí el sentido de lo que cada número significa. Cuando yo era joven me gustaban las corbatas de color verde, un verde con óxido como el de algunas campanas muy antiguas, pero no, ahora no, mi vieja sombra permanece inmóvil y hasta el color de las campanas me ha sido negado. A veces, cuando sueño, los colores son intensos y podrían volverse insoportables: soñar es un desliz a través de la penumbra verdadera y terrible. Ahora he vuelto a quedarme solo. 2 Dos veces a la semana estoy perdido en un laberinto: de pronto me atacan los enanos y trato de quitármelos de encima, pero es inútil. Soy la sombra de siempre que agoniza muy lejos de Londres, y aunque levante la cabeza no puedo hacer nada. Soy una máscara de carnaval frente a un espejo y trato de arrancarme los ojos, pero hace mucho frío: si logro sacarme la máscara podría ver al fin un rostro desfigurado profundamente por la lepra. 3 Todavía me vislumbro repitiéndome a mí mismo: es difícil que un anciano pueda ser fiel a su imagen. Me aburro, me canso, al fin se cansa uno de todo, tal vez no me aburro. ¿En cuál futuro seré mi propio enemigo? Al final del cementerio hay un reloj, pero el tiempo se bifurca y nadie podrá saber si ese reloj es fiel a su imagen. Por ahora yo me dejo vivir para que esta imagen mía descubra la zozobra o se fortalezca en su infidelidad. Pero ¿qué se puede hacer? Ya es tarde, ¿no? 4 Sobrevives junto a Fanny, tu mucama de siempre, y aquel viejo gato llamado Beppo el Inmóvil, ese gato a punto de quedarse ciego en homenaje a tu sombra, o tal vez en honor a un personaje de Lord Byron. 5 Ya lo dijo la vieja sombra, como sonámbula, en la madrugada del 28 de febrero de 1916: Ahora, por fin esa cosa distinguida, la Muerte. Desde la ceguera, la sombra creyó vivir su agonía y nunca supo que estaba repitiendo las últimas palabras de Henry James en Londres. Como en el círculo de su sueño, la vieja sombra se adelantó setenta años al desenlace de su propia muerte. 6 Inglaterra ya no existe, Beppo el Inmóvil desaparece y la sombra camina con lentitud por las calles más antiguas de Buenos Aires. ¿Es usted Borges?, le pregunta una mujer con un paraguas de color verdiazul, y la vieja sombra responde: Sólo a veces, cuando el olvido me visita. |