Metamorfosis de Roberto Bolaño
(1953-2003)
Desnacido y casi en los huesos, fuma que fuma, se lo fumaba todo, al Mundo y al Inframundo, incluso a Dios y al Diablo, cuando yo lo conocí sin conocerlo nunca, a los veinte años de su edad, más agudo, socarrón y eléctrico que un colibrí en el aire de su rabiosa y cruel incertidumbre.
Le gustaba mucho más el crepúsculo vespertino que la tibieza del esplendor del mediodía: siempre fue más infra que el Inframundo, aunque no supiera muy bien dónde estaba el Inframundo. Contra todo y contra todos, lejos de Dios y de la Academia no sólo de la Lengua: como francotirador, tuvo una puntería inconmovible para disparar contra el ojo único en la frente del pianista, que era él mismo, con la más agria belleza de su leche tan suya.
Algún día estuve en Barcelona y no fui a verlo: me gustan, ¿cómo negarlo?, y no me gustan los poetas más "malditos" que noctámbulos: ya no hay malditos de verdad en este Mundo o en aquel Inframundo: se me enrosca y se me sube en su espiral la pituitaria, tiembla en lo más profundo de mí el Gran Simpático y me viene el sueño a lo bestia, un sueño a menudo ingobernable. Recuerdo que se burlaba de casi todo, bendito sea, y de improviso podía enterrarnos, biliosa y fraternalmente, el cuchillo por la espalda: pobre niño tonto, menos lúcido que tonto, por fortuna, ¿en qué piensa uno cuando dice por fortuna?
¿Cómo, por qué, cuándo? Ni él mismo lo sabía, mientras iba mordiéndose el hígado a flor de piel, no hay hígado que no sea de pronto un cadalso, sí, a flor de bilis y más bilis, con aquella ternura y soberbia insuperables, como desde un precipicio aún más hondo que la hondura de Dios.
Lo dijo mejor que nadie en "El burro", aquel poema que aparece y de súbito desaparece de su libro Los perros románticos:
"Me subo a la moto y partimos Por los caminos del norte, la cabeza y yo, Extraños tripulantes embarcados en una ruta Miserable, caminos borrados por el polvo y la lluvia, Tierra de moscas y lagartijas, matorrales resecos Y ventiscas de arena, el único teatro concebible Para nuestra poesía".
Vete al Diablo con tu metamorfosis, Roberto, aunque el Diablo, como aquel Dios, seamos nosotros, los que tal vez nunca te olvidaremos, a pesar de todo.
Descansa en paz o, si lo prefieres, no descanses en paz o en guerra, y sigue tu camino de animal romántico, más de romántico que de animal perruno y hasta la próxima, no te olvides, con dinero o sin dinero, para decirlo al modo de José Alfredo Jiménez, quien anda todavía por el Mundo y el Inframundo como tú, detrás de un hígado de repuesto, la víscera casi inmortal, el higadillo del fervor y el entusiasmo.
Echaremos los hígados a favor tuyo, en tu nombre, esperando que del manantial aparezca el invisible conejo de luz, aquel milagro de la resurrección, ¿dónde estuvo la herida?, de una vez y para siempre.
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