El ataúd amarillo
Yo, el ataúd amarillo todavía, estoy muy triste porque se me murió, dicen que se me está muriendo el cadáver y no puedo, dicen, ya no puedo, aún dicen que no podré enterrarlo en lo más profundo de mi vientre.
No hay espacio, cómo me duelen los huesos, no hay ni habrá espacio: quisiéramos dormir, no es algo fácil, vente a dormir junto a mis huesos, es mejor que te subas ahora mismo, vente a dormir con mis huesos, y al fin me voy, me iré en el aire, me voy durmiendo poco a poco.
Sueño que aún estoy muy triste porque no sé a quién corresponde el cadáver, este pobre cadáver que recién se nos ha muerto y no sabría cómo resucitarlo en lo más profundo de mi vientre: no hay espacio, el cadáver sonríe, tiembla, sonríe una vez más, se agita en su larga muerte sin caber en mí, no hay espacio.
Entonces yo, el ataúd amarillo, trato de escaparme lejos de la ciudad y termino en aquel rincón de un velatorio público donde aún me observan dos mujeres de una edad indefinida. Una de ellas dice después de un silencio que parece inagotable:
Dios mío, este pobre y melancólico ataúd, como don Juan Rulfo, no tiene dónde caerse muerto y le fallan las rodillas, que en paz descanse, le fallan y le seguirán fallando los huesos de la memoria y el abismo de las rodillas. ¿No crees que debiéramos morder su lengua para ver si permanece mudo, si al fin se levanta o reacciona con asombro y algo de locura, mandándonos al infierno?
Claro que sí, responde la otra mujer y muerde al ataúd en una de las últimas articulaciones de su cadáver que no tiene dónde resucitar o más bien caerse muerto.
Amarillo en su espíritu, el ataúd se estremece y es capaz de emocionarse hasta las lágrimas: "Esperé a tenerlo todo", dice, más bien piensa y suspira sin saber muy bien lo que al fin dice apenas: "Nos llegaban rumores".
De pronto salgo del sueño y no estoy muy triste, por fortuna, pues ya no me importa saber a quién pertenece el cadáver que se acaba de morir de a de veras, ese pobre cadáver que recién se nos ha muerto y no hay espacio, la resurrección es amarilla, nunca hay espacio, no hay ni habrá espacio para sepultar al moribundo en esta tierra de nadie, junto a los huesos de Juan Rulfo que todavía nos alumbran más allá de San Juan Luvina, de olvido en olvido.
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