Francisco González León Una cara del poliedro Selección y nota de Ernesto Flores VERSIÓN PDF |
Nota introductoria
El mundo de Francisco González León, simpatizador del tema provinciano, está rodeado por el silencio. Ante ese ambiente calmo, en que se repiten los procedimientos con el propósito de lograr impresiones de monotonía y siesta, el creador se transfigura. González León se embriaga de pronto con la anestesia de las cosas y su misticismo y su hipersensibilidad simbolista: Aquella iglesia con el alma oscura...
La selva trae hábito de franciscano. Nos encontramos pues que la mañana es Hermana de la Caridad, y que los santuarios, las crujías, la calma, las nubes, los arcanos, las calmas polvorientas, la selva, la tarde, la fuente, la niebla, la paloma torcaz, el enjalbegado, las penumbras, el librero, la llovizna, la noche, la fuente, la urbe, las casas, los recuerdos, las florecillas, las canciones, la hora, el alma, la penumbra, la campana, etcétera, son monjas, monjes o sacerdotes en oración. En ocasiones habla de cosas a las que llama monjitas: así, con el diminutivo de la ternura. Percibimos una gran relación con el de Asís: los animales y las cosas, en algunas ocasiones algunos elementos abstractos, son sus hermanos. A veces encontramos verdaderas claves para la fraternización del poeta con la naturaleza: en un poema el poeta puede avanzar hacia la naturaleza y llamar hermanas a todas las cosas. qué bien se encuentra aquí, En Bajo el viento, González León menciona un moscardón capuchino (es decir, perteneciente ambiguamente a una especie de insectos y a una orden franciscana); el poeta se siente con él en doméstica fraternidad. Prefiero lo privado, lo doméstico, lo sencillo. Luego, en Parva Domus nos vuelve al minimismo: ...y mi emoción es tan pequeña, y enmudece con una peculiar modestia expresiva, con su habitual hermetismo sonriente. Vocación contemplativa; El paisaje se hace también conventual, silencioso, inmóvil y antiguo. A veces el observador resiente las transformaciones de la ciudad (antes, de un aspecto más religioso y doméstico) y nos ofrece visiones tan valiosas como esta que suena tan holandesa del Renacimiento y tan nuestra del Virreinato: Mis devociones por las cosas viejas: Las viviendas se transforman. Aparecen los altísimos muros de la huerta, lamosas y desiguales paredes conventuales y con pródigos helechos de extremos encorvados; manchas de musgo en la visión, afuera, de las paredes de las calles desiertas. Vemos el convento real: panoramas de la torre: ajedrez de las azoteas del convento; la profusión de un huerto que podría hacernos pensar en el de Fray Luis. Aunque la mañana esté soleada, Como contraste, dentro de las casas conventuales de pronto vemos volar golondrinas becquerianas en violencia dinámica; se extienden las alas blancas de las palomas; los gorriones huyen cuando se acerca una procesión de monjas; un canario alcanza a dejarnos oír una repentina escala; allá, en la torre de la iglesia, una cigüeña excepcional, de paso, o una parvada de garzas rumbo al sur, un halcón... Además, en rincones imprevistos, el ratón: algún ratón O el grillo reiterado: Se ha callado en su ranura En Crónicas aparece este fragmento: Aquella ignorancia infantil: Relacionemos ahora lo anterior y pensemos en los palomos capuchinos (insisto, especie animal y orden franciscana). Agreguemos luego este par de versos de El palomar: ¡...cómo me acuerdo de aquel anhelo El poeta desea ser llamado, tomar la forma simbólica y religiosa, palomo y monje, alimentarse de las manos de una monja. Más adelante veremos un anhelo erótico de tomar hostias de aquellas manos. Alma mía, En Merodeo sentimental aparecen las monjas reales: Casa de aquellas monjas En Vuelo de Garzas nos habla de algo que instintivamente relacionó con la vecindad de las clarisas (o capuchinas): El beso robado, En Silenciosamente González León deja escapar esto, ambiguamente, que reaparecerá con diferentes rostros: La vida no quiso: Y en Otoñal: ¡Ah de aquello que no vino Y en De aquel amor repite: nada: En Mejor el acercamiento a las monjas vuelve a ponerse de manifiesto con los mismos matices magnéticos: Mejor que un espíritu tan ¿Podríamos siquiera ser capaces de sospechar lejanísimos matices bocaccianos? No parece indicarlo el tono ingenuo, pero algunas veces el imán se vuelve poderoso y lo erótico oscila entonces entre el humor y la urgencia. no fue un ósculo de Octubre, En Cristiana la voz se hace más cálida: Son mis negras aflicciones cien pecados, En Velo de novia, poema claramente influido por Verses D'Amour de Rodenbach, el poeta precisa: A mi lado se arrodilla Y hasta termina en una especie de matrimonio imaginario: Diafaniza el incensario En otro poema, Procesional, la belleza mórbida de una monja se materializa plenamente: Aquella hermana de la Caridad: Y finalmente el poeta reconoce y teme ciertos abismos de sacrilegio: Todo un frívolo ocaso que se esponja, En un poema inédito, Aquel beso, tal atracción de lo monjil se acentúa: y sus ojos de novicia O bien este otro, también inédito, titulado Sor... (el nombre oculto tras los puntos suspensivos), donde González León insiste: Y al salir de la iglesia me miraste En Con los ojos bajos, inédito una vez más, revela reacciones similares: Del idealismo A la hora del descubrimiento de su tentación recordamos que existe el agravante de una fraternidad que, por momentos, se vuelve material, aunque apoyada en sólo su actitud franciscana. El poeta es hermano de las monjas-cosas de la naturaleza y, por razones obvias, encuentra impedimentos puestos entre él y Sor Asunción, o Cristiana, o la Superiora, o Sor... ¿Son impedimentos lo suficientemente insalvables? Por lo menos originan un desasosiego. Y así, González León, que unas veces nos recuerda al viudo de Brujas, la muerta de Rodenbach, tal vez sin pretenderlo, otras cobra visos que pudieran recordar vagamente al René de Chateaubriand, quien en las noches de luna ronda indeciso, tentado por su hermana, el convento que guarda un amor imposible, incestuoso y sacrílego, de esencia puramente romántica: mas no descifro La atracción que ejercen las religiosas (o las internas en el convento), hablo de lo que sucede en su mundo poético, se descubre también en sitios menos evidentes. Cuando González León nos habla del pozo de agua a cuyas orillas él sueña, encuentra que aquel depósito de mampostería le recuerda la bruñida tina de un baño monjil. Algo hay que asegura que González León está profundamente afectado, en ese momento, por el mundo privado de las monjas. acompañadas por el armonio, Si González León no habla aquí de monjas que cantan a capella, es decir sin acompañamiento, puesto que las acompaña un armonio, ¿habla de monjas que cantan una a la vez? ¿O, y esto es más posible, alude intencionadamente a la soledad material del celibato? ¿O descubre que se aislaron ellas mentalmente de sus compañeras, mientras cantaban? tres crisálidas monjitas Un sustantivo hace aquí las veces de adjetivo; si González León pensó que crisálidas fuese el que desarrollase la función adjetival podríamos tener un argumento a favor de un toque de ligereza monjil. En caso contrario, si monjitas fungiese como adjetivo, tendríamos una nueva forma de franciscanismo expresivo, situado esta vez en un plano que no evade del todo, en forma directa o indirecta, un giro galante. Santas enclaustradas, En un poema de la vejez de González León, la monja constituye la posible curación de la última paloma-esperanza. El alma del poeta es un palomar y dice: Clínica de palomas mensajeras (la última paloma)
Ya es tiempo que se vista de un morado Y en Parentesco insiste: El cielo y mi alma tienen La religiosidad es, pues, uno de los aspectos esenciales de González León. Su fe, que hiede por momentos, como él mismo confiesa, no es la inmóvil, petrificada, pero sin matices. Es una religiosidad llena de los rasgos fisonómicos de Francisco González León.
Ernesto Flores
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Francisco González León nace y muere en Lagos de Moreno, Jalisco (1862-1945). Profesor de Farmacia, graduado en Guadalajara, se aficionó a las letras en la librería que tuvo su padre. Él mismo convirtió su botica, en la plaza principal del pueblo, en centro de reunión y cenáculo literario. Dio clases de castellano, literatura y francés en el liceo del padre Miguel L. Guerra. Ganó en 1903, con Pleito homenaje, el primer lugar de los Juegos Florales de su ciudad. Publicó Megalomanías (1908), Maquetas (1908), Campanas de la tarde (1922), De mi libro de horas (1937) y Agenda (1946). Dice de él Antonio Castro Leal (La poesía mexicana moderna, México, 1953): "Las tranquilas emociones, los recuerdos repasados en la soledad y las impresiones repetidas todos los días acabaron por labrar el cauce por donde habría de correr una poesía serena, evocadora, sencilla. Contempla con amor su sencillo mundo provinciano y logra convertir esa contemplación en un temblor lírico. Su originalidad —decía Ramón López Velarde— es la verdadera originalidad poética: la de las sensaciones." |
Suenan las iii
(De mi libro de horas) |
Cuartetos
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Confabulación
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A cero grados
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Auscultación
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Despertares
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Ciudad encantada
(De mi libro de horas) |
Una tarde
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Lecturas
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Nave de la China
(Revista Esfera)
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Agua de luna
(Revista Coatl)
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Génesis
(Revista Coatl)
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Almas humildes
(Revista Coatl)
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Pecado
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El alma es una beata...
• Y al contacto sedoso de tardes sin deseos
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La gotera
(Voces de órgano)
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Huele a frío
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Contagio
(Voces de órgano) |
Ceniza
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Hospiceña
(Voces de órgano) |
Imprecisión
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Quimera
(Voces de órgano) |
Mañana errabunda
(Voces de órgano) |