Agua de luna
Las tertulias de la tienda de la Hacienda: tienda de misceláneas y vejeces de un magro viejecito. Cuántas veces pretextando regatear un alcatraz a ella me asomaba, por bañarme en la diáfana cisterna de su genuina paz. Hacia afuera la plazuela; el patio hacia el interior; fragancias a pan maduro y a encurtidos; gorjeos y silbidos en las jaulas, y en el huerto las sombras y el frescor. Almas sencillas y campesinas, almas desnudas, sin filosofías ni dudas. Por las mañanas una ardentía; los zumbidos de las moscas en la tienda; en la banqueta la resolana; y en la capilla de la Hacienda, la campana señalando la equidistancia del mediodía. Crepúsculos pintores por las tardes; ápices de arbolados verdinegros asomados de la huerta en los tapiales; noches de sombras plurales con la mermada prebenda de aquellas poligonales luces de las puertas de la tienda; y noches de revancha y de fortuna, con una inundación de luz abierta, en que era la visión de la desierta plazuela, una laguna, colmada por el agua de la luna.
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