El pan nuestro de cada día
Bajo la comba encapotada apenas hay uno que otro centelleo, Un hedor de crisantemos desahuciados, Una parte de mí mismo que nunca me acompaña Y torres de nieve con azoteas metálicas Y el gotear de pétalos que arrancan al salterio Una póstuma queja de sus cuerdas. Y entonces llega la visión Al saco sin fondo de los recuerdos previos, Al páramo donde la hoja es delgado labio Que para gemir de verdad necesita una pareja; Entonces llega el día en que la esperanza zigzaguea En seguimiento de no sé qué pistas de colores Y llegan las ganas de invocarte, espuma de piedra, Esplendor sumergido, mortaja de águilas blancas Girando en el centro de una lujuria que no tiene donde pasar la noche Y que se hunde en témpanos de sombra movediza, Cuando toda forma del presente es tiempo encarnado Y la lengua se torna roja manecilla Que relame números hasta dejar en blanco su carátula. Y no sé qué otras cosas llegan Pero de pronto nace una sandalia con plantilla de alas, Aparecen el agua tibia, los soles blancos, las estrellas vivas, El picotazo en la arena que crea un árbol de petróleo Y muchedumbres sentadas en andamios de papel y viento Y colinas plateadas yéndose a pique en el crepúsculo, En el mediodía de cualquier instante maduro para cantar O inundarse de espuelas hasta la cintura, Entre brisas navales y tierra evaporada y momentos en que se puede ser herido Por una esquirla de palabra humana, Por semáforos glaciales que prenden todos sus ojos de consuno, Por braseros donde brincan grandes sapos de fuego verde, Por relámpagos de piel que ya han resonado en anchos lomos planetarios, Por la tierra firme que no es tierra firme para los pies Sino para los ojos, Por el hacha de las inminencias yendo y viniendo como un péndulo, Por miles de metros de cielo que se gastan en uniformar un ejército de icebergs, Por el éter que explora la garganta de los recién llegados Y por otras cosas arrancadas suavemente Al árbol del pan de cada día.
De Poesía Reunida
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