Visión sobreviviente
Bullían bajo tu almohada las estrellas como bajo la piedra los insectos. El polvo dorado que dejan las mariposas en los dedos llenó los graneros. Eran blancos los lirios desde el comienzo de su tallo y tú, caminando por un largo entarimado con reflejos, cambiabas a cada instante como el camaleón que se muda de vestido todas las horas del año. Allí hubo de todo como en un aquelarre dirigido por lémures hambrientos. Y aunque el miraje delicioso se deshizo igual que un puñado de arena entre la lluvia o una medusa que se vuelve agua en un pañuelo, tú sigues dispersando a los hombres en tu babel de sencillez; suprimes como siempre y de inmediato el lugar donde reverdece la cizaña y continúas la erección de castillos incipientes jamás concluidos en la arena ni en el sueño. Y es que la desaparecida visión vivió lo suficiente para colmar tu manto y mi capa con sus frutos. El sagrado espejismo ya no era indispensable: sus cristales corren disueltos por nuestras venas y es nuestro pecho su alimento y su velada eternidad.
De Poesía Reunida
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