Tercera elegía del amado fantasma
I
Como la cera blanda, consumida por una llama pálida, mis días se consumen ardiendo en tu recuerdo. Apenas iluminas el túnel de silencio y el espanto impreciso hacia el que paso a paso voy entrando.
Algo vibra en mi ser que aún protesta contra el alud de olvido que arrastra en pos de sí a todas las cosas. ¡Ah, si pudiera entonces crecer y levantarme, alumbrar como lámpara alimentada de tu vivo aceite en una hoguera poderosa y clara!
Pero ya nada alcanza a rescatarme de la tristeza inerte que me apaga. Grandes espacios ciernen finas nieblas entre tu rostro y los que aquí te borran. Tu voz es casi un eco y lejos resplandece tu mirada.
II
Como queriendo sorprender tu ausencia desnuda, abro las puertas de improviso y acecho las ventanas entornadas.
Encuentro las estancias desiertas y sombrías donde el vacío congela sus perfiles ciñéndose a la línea de tu cuerpo.
Es como una profunda y simple copa para beber la integridad del llanto.
III
Tal vez no estés aquí dominando mis ojos, dirigiendo mi sangre, trabajando en mis células, galvanizando un pulso de tinieblas.
Tal vez no sea mi pecho la cripta que te guarda.
Pero yo no sería si no fuera este castillo en ruinas que ronda tu fantasma.
De De la Vigilia Estéril
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