Destino
Alguien me hincó sobre este suelo duro. Alguien dijo: Bebamos de su sangre y hagamos un festín sobre sus huesos. Y yo me doblegué como un arbusto cuando lo acosa y lo tritura el viento, sin gemir el lamento de Job, sin desgarrarme gritando el nombre oculto de Dios, esa blasfemia que todos escondemos en el rincón más lóbrego del pecho. Olvidé mi memoria, dejé jirones rotos, esparcidos en el último sitio donde una breve estancia se creyera dichosa: allí donde comíamos en torno de una mesa el pan de la alegría y los frutos del gozo. (Era una sola sangre en varios cuerpos como un vino vertido en muchas copas.) Pero a veces el cuerpo se nos quiebra y el vino se derrama. Pero a veces la copa reposa para siempre junto a la gran raíz de un árbol de silencio. Y hay una sangre sola moviendo un corazón desorbitado como aturdido pájaro que torpe se golpea en muros pertinaces, que no conoce el cielo, que no sabe siquiera que hay un ámbito donde acaso sus alas ensayarían el vuelo.)
Una mujer camina por un camino estéril rumbo al más desolado y tremendo crepúsculo. Una mujer se queda tirada como piedra enmedio de un desierto o se apaga o se enfría como un remoto fuego. Una mujer se ahoga lentamente en un pantano de saliva amarga. Quien la mira no puede acercarle ni una esponja con vinagre, ni un frasco de veneno, ni un apretado y doloroso puño. Una mujer se llama soledad. Se llamará locura.
De De la Vigilia Estéril
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