Material de Lectura

Bernardo Ortiz de Montellano




Selección y nota de
Manuel Fernández Perea







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Nota introductoria


En Bernardo Ortiz de Montellano se cumple un proceso que, fatalmente, se convierte en destino; o, si se prefiere, una trayectoria poética que resulta representativa de su generación y en tanto cual prefigura y consuma una serie de etapas comunes a sus miembros. Sus primeros poemas, recogidos en Avidez (1921), corresponden al último momento del modernismo en México, convaleciente de la intervención que operó en él Enrique González Martínez a la vez que próximo al desmantelamiento que la vanguardia se encargaría de realizar. Si algo puede observarse en estos primeros poemas, es la destreza para captar y reproducir las modalidades de la época. Ningún aspecto distintivo, ninguna originalidad.

Ortiz de Montellano liquida esta primera etapa al año siguiente de la publicación de Avidez. En La Falange, revista literaria que codirige con Jaime Torres Bodet de 1922 a 1923, se sumó a la vitalidad y el espíritu de renovación que debía mucho a las pautas marcadas por José Vasconcelos y la revista El Maestro (1921-1923) a la cultura nacional. El descubrimiento del folclor, de la poesía popular, entusiasma a Montellano. En La Falange, en la sección "A.B.C.", recopila la literatura popular: corridos, canciones de cuna, canciones de juegos, leyendas, y él mismo incurre en el género con canciones como "El soldadito de plomo", poesía inocente y corridos patrióticos. Explaya propósitos: "Los senderos literarios de hoy van más que nunca al pueblo y más que siempre valdrá un autor hasta que su obra haya sido asimilada por el pueblo de quien la recibe y a quien la debe devolver".

Transición y apuesta, su segundo libro, El trompo de siete colores (1925), contiene ya escasos rasgos de esta afición popular. Ahí, la ingenuidad y la espontaneidad se hallan disueltas en un afán más depurado, integrando a una poesía marcadamente culta los tonos y las claves de la expresión popular ("Fruta", "Los cinco sentidos"), al tiempo que en otros poemas ("Peces de Ziragüén") incursiona en una poesía de mayor elaboración y complejidad que insinúa, con predominio de lo visual, aventuras y rompimientos posteriores.

Red (1928) es ya el imperio de la innovación. Esas prosas poemáticas, muy representativas, tienen su paralelo en las de Línea, de Gilberto Owen, y en algunos de los hallazgos del Salvador Novo de los XX poemas. El paisaje mexicano, varias de las entonces recientes consignas agraristas y populistas, se vanguardizan estéticamente y reciben un trato desenfadado e irónico ("El aeroplano", "Pájaros adivinadores", "Lotería", "Agrarismo").

De 1929 a 1931, Montellano dirige la más importante revista cultural del momento, una de las mejores publicaciones (periódicas y no periódicas) en lo que va de nuestro siglo. Contemporáneos, la revista y sus realizadores, han ejercido una influencia determinante no sólo en la generación inmediata, que tomó de ambos muchas de sus cualidades (Octavio Paz), sino también en las posteriores. Parte de la más reciente promoción de escritores mexicanos ha encontrado ahí una renovada decepción de nuestro subdesarrollo. Y aunque las influencias a menudo derivan en reiteraciones y torpes resurrecciones, el ejemplo de rigor, profesionalismo, calidad e inteligencia, continúa como un reto y un modelo insuperable.

Así como Xavier Villaurrutia y Salvador Novo se marginan con la expresión del amor homosexual, y Gilberto Owen con el "pecado de nombrar", Montellano elige su propio reducto: el sueño. El tema, que devendrá obsesión, terminará por alejarlo radicalmente del folclor y los intentos de acercamiento a lo popular (posibles, por otra parte, cuando aún no eran objeto de la mera declamación panfletaria; imposibles cuando se transforman en consignas oficiales y de falansterios de artistas revolucionarios). Es cuando Contemporáneos orienta sus preocupaciones a la integración de la cultura universal, que Montellano se lanza a la expresión del mundo onírico y escribe sus dos poemas más conocidos: "Primer sueño" y "Segundo sueño". El segundo corresponde propiamente a la experiencia sufrida por los efectos de la anestesia y, como el primero, desarrolla poéticamente el "argumento" de un viaje al interior de sí mismo.

De la seductora vacilación de la vida y la muerte, del vital regreso, afirmación de la sensualidad, gozo de los sentidos, que opera al fin de este "Segundo sueño", Montellano pasa en poemas posteriores al triunfo de la retórica de la muerte y la decepción, que también marcaron a sus contemporáneos. De ello es muestra Hipnos, libro en que recoge los poemas publicados en revistas y periódicos, incluyendo el emotivo y excepcional "Himno a Hipnos", desolador como registro de una realidad en que el "lirismo lógico… ha reducido al hombre a ser un placentero bazar de cosas inútiles", estimulante sin embargo como invocación a un poder incendiario y renovador. El sueño es ya sólo muerte, y el mundo se vuelve yermo como en Eliot:

Cuando en la tierra estéril el hombre estéril
la mujer infecunda la lluvia ausente
se repartan los últimos frutos de la vida.

Posteriormente, Montellano se dedicará a tomar nota de sus sueños en un Diario de mis sueños (simples y muy prescindibles recurrencias), donde la preocupación onírica se vuelve fastidiosa costumbre cotidiana y cae en lugares comunes como la sospecha de la certidumbre de un poder premonitorio y el azoro ante coincidencias inexplicables. Su actividad literaria y cultural, reincide en el periodismo. Colabora en Letras de México y en Cuadernos Americanos, entre otras revistas, y es autor de una excelente traducción de Miércoles de ceniza, de T. S. Eliot, aparecida en 1946.



Manuel Fernández Perera

 

 


Fruta


Fruta, que el pájaro pica
no madura ya.
Amor que no se complica
se va.

 


 

Peces de Ziragüén


Con las plumas del vuelo del venado
del pez del aire que en azules pinto
batallador cuchillo del instinto
corta en cien latitudes un pescado.

Capitana la niebla, en su costado,
vestida de algodón y de jacinto
propone a las espumas laberinto:
sabe a lenguas de tono numerado.

Curva música el remo de la aleta
en dirección al ojo que la goza,
ojo de tiro al blanco sin saeta
teñida espuma de la mar celosa,
pez en la cuerda que el tarasco roza
con el arco sensible de la zeta.

 


 

Los 5 sentidos


1

En el telar de la lluvia
tejieron la enredadera
—¡Madreselva, blanca y rubia—
de tu cabellera negra.


2

¡Si el Picaflor conociera
a lo que tu boca sabe…!


3

Iluminados y oscuros
capulines de tus ojos,
como el agua de los pozos
copian luceros ilusos.


4

Cuando te toco parece
que el mundo a mí se confía
porque en tu cuerpo amanece,
desnudo pétalo, el día.


5

Por tu voz de mañanitas
he sabido despertar
de la realidad al sueño,
del sueño a la realidad.


*

Nadie espere en el amor,
si es amante verdadero,
nada más que su calor
en sí mismo prisionero;
mas recuerde que no hay
nada mejor llevadero
para su propio gozar,
que un amor buen marinero,
desnudo, de cuerpo entero,
y dispuesto a naufragar.


*

Que lo entiendan ignorantes
o lo comenten los sabios,
de color, sonido y forma
están hechos nuestros labios.

 


 

Red


Viajero, sin viajar, de verso a prosa
para que el viento elija
geométrica postura,
en las cinco vocales
De S i m b a d
y C r u s o e
el pez pesca su nombre circular.

Nuevos pájaros pueden
intentar en la línea del alambre
men
sa pirá
jes en mi
ma tos de
ri cen
neros y a

si de los equipajes de su vuelo,
viajero, sin viajar,
obtiene, prestimano, seis cabales
juegos de lluvia, mar, arena, cielo.
Los peces pescadores
tiren del cabo de la red del aire,
si anclados los sentidos en el sueño,
viajero, sin viajar,
da, la voz transformista,
oídos al color
y tacto a la ceguera de los prados.



Quisiera abandonar el otoño de la ropa,
desposeerme de la primavera de la car-
ne, huir del invierno de mi esqueleto. Ser, na-
da más, el inmortal, maduro, estío.

 


 

El aeroplano


Para que las nubes no le desconozcan, permitiéndole andar entre ellas, fue vestido de pájaro. Para que pudiera volar, en giros elegantes y atrevidos, le dieron forma de c a b a l l i t o d e l d i a b l o . Para que supiéramos que trabaja y es inteligente, le colocaron en el abdomen una máquina y en la cabeza una hélice que zumba como abeja sin panal.

Manchado de azul y desgranando la rubia mazorca del día va el aeroplano, sujeto a la mano del piloto y a la voluntad de las cataratas del viento, dibujando el paisaje —magueyes, torres de iglesia, indios cargados como hormigas— en su cuaderno de notas cuadriculado.

 


 

Pájaros adivinadores


La luz de los foquillos que iluminan las casetas de diversión o de vendimia instala, en las cometas de los cohetes ascensores, el anuncio luminoso de las fiestas del pueblo. Confeti de músicas, de gritos, de estrellas imprevistas, cae sobre la multitud.

¡Por cinco centavos —anuncia el hombre de los pájaros sabios— conocerá su suerte! ¡Pasado y porvenir al alcance de todas las fortunas! ¡Cinco! ¡Cinco centavos!

Rodeado de blusas agraristas y rebozos inocentes hace salir de la jaula a los pájaros adivinadores que, con el pico de cera, arrancan de una cesta los papelillos de color de la buena fortuna. Ávidamente lee, el jugador, en tres líneas de imprenta, el oscuro sentido de la vida…

¡Por cinco centavos!...

¡Pájaros adivinadores, decidme el secreto de la golondrina; más me interesa su destino —viajera, libre— que el mío propio!

 


 

Agrarismo


Trota por los caminos el aroma de las hierbas de olor que curan el mal de las palabras, pequeñas hojas verdes puestas sobre la sien de la mañana para evitarle vértigos de vuelo.

Bajan de las montañas el agua y el fuego amigos y enemigos al borde de la sed entre el jarro y los labios.

Sólo la tierra se reparte apenas en la medida del hueco que llenamos, en el aire de la noche, para siempre adornado con las hierbas de olor que curan el mal de las palabras…

 


 

Lotería


El poeta en la noche de feria, abre su mirador en el tablado de la lotería. Las flores, los frutos, los seres del mundo se acomodan, a sus anchas, en los cartones coloridos de la imaginación.

—¡El pino angosto de pena y el sanguinario pirú!

Comienzan las canciones a saltar la cuerda y el poeta a deshacer el p u z z l e del paisaje arrojando, a los vientos, el color de las metáforas:

—¡Si llueve con sol, se pintan las plumas del cardenal!

las astillas del ingenio:

—¡Aves de rapiña: las tunas sobre el nopal!
en los cartones, índices, del jugador que escucha las voces de la suerte:

—¡Si el picaflor conociera a lo que tu boca sabe!

Cuando el poeta afortunado señala en los cartones la huella de una imagen precisa, preciosa, grita:

¡ L O T E R Í A !

mientras en el plano oblicuo de la noche resbala una luna de colores.

 


 

Último sueño


…Entonces yo tenía los años que me faltaban para morir. Caminando de puntillas pasé del cuadro negro, sin despertar, al cuadro blanco en donde se aprenden los límites del arte y lo ilimitado del deseo. Las siete cabezas, sembradas de ojos en un carrizal de pestañas, me seguían, cortadas, por todos los rincones del juego y, obstinadamente, me rodeaban con los brazos de sus miradas y las brasas de sus bocas.

(Voluptuosidad. Licor en la copa. Seno en la mano curva, hueca, que enciende la noche con su tacto.)

Pasaron los días y las noches —cuadro blanco, cuadro negro en el jardín de los ajedreces—, renovados e iguales, amando a la dama, odiando al rey, hasta que las siete cabezas de horrible medida me vencieron con los brazos de sus miradas y las brasas de sus bocas.

Encontré la muerte en un cuadrito negro… negro… de noche… de ajedrez.

 

 


 

Encendedor de estrellas


Subí al cielo por la escalera de un silbato como antes escalaba los balcones por las enredaderas del deseo. Los ángeles, vestidos de los ojos que los miran, pasaban cerca de mí sin advertirme, trabajando como los aeroplanos del correo y las palomas mensajeras.

El ángel malo, que ha leído a Shaw, cambiaba todos los días los focos de las estrellas, al hombro la bolsa de cuero de la noche llena de monólogos alternos como las bolsas de los carteros. Y yo que creía en ese p a r a í s o en donde se dedicaba el tiempo —el insignificante— a la medida de los versos que ángeles y querubines entonaban a coro, no pude hallar otra profesión mejor que la del ángel encendedor de estrellas, pensando en tus desvelos por seguirme y en lo oscuro y pequeñito de tus ojos que me vieron partir.

 


 

Espejismo


Niño feliz el viento marinero infla el acordeón de las colinas para que, sobre cubierta en el S.S. "Otoño" dance la nube más ligera a la vista del puerto juglar que, en la bahía, juega con antorchas y cuchillos luminosos.

Cuando el viento marinero desembarque, paseará por las avenidas atropellando a las muchachas con su balanceo; niño feliz, llamará a todas las puertas, golpeará los cristales de todas las ventanas, para huir después, con la risa pueril de la maldad, a la vista de tantos iracundos rostros de porteros, engañados.

(¡Tan-tan!

—¿Quién es?

—El viento marinero).

Al amanecer, con la blusa desgarrada y perdidas las estrellas de la pechera celeste, volverá a bordo y será castigado, puesto a pintar ¡él solo! el casco azul de la mañana.

 


Segundo sueño


A Raoul Fournier

argumento


Una máscara de cloroformo, verde y olorosa a éter, cae sobre mi cuerpo angustiado, horizontal, sobre la mesa de operaciones erizada de signos como un barco empavesado. Sobre mi cabeza Saturno, con su anillo de espejos, lentamente voltea y se mueve. Batas blancas y enormes manos enguantadas de sangre me persiguen. Pasos de goma van y vienen en silencio como ratones.

Grito. Veo mis gritos que no se oyen, que no los oigo, que se alejan y se pierden. Última imagen mi boca. Minero de mí mismo estoy dentro de mi propio cuerpo. Angustia y soledad. Ejercicios de profundo sueño. El cuerpo vive. ¿Alma? ¿Cuerpo? Fuera de la conciencia, del subconsciente y la memoria, el profundo silencio y el "no sé".

Y un retorno alegre, vital, a los sentidos que se beben la hirviente luz de la mañana y el aire fresco, impregnado de codicia, con toda la sed de la ventana.

Lo último que se pierde es el oído. Una voz nos lleva y una voz —la misma— nos trae desde muy lejos, desde otro túnel maternal, en ascenso del fantasma a la carne y del silencio al rumor.

(Apuntes después de la anestesia.)





Au fond de l'inconnu pour
trouver du nouveau.
Charles Baudelaire



Del sonido a la piedra y de la voz al sueño
en la postura eterna del dormido
sobre mármol de cirios y cuchillos
ofensa a la raíz
del árbol de la sangre —concentrado—
mi cuerpo vivo, mío,
mi concha de armadillo
triángulo de color sentido y movimiento
contorno de mi mundo que me adhiere y me forma
y me conduce
del sonido a la voz y de la voz al sueño.

Batas blancas y manos como encías
Pasos leves de goma de ratones
Luz hendida, amarilla, luz que hiere
bisturí del más hondo hueco de sombra oculta
Luz de paredes blancas, anémica, de mármol
Nidos del algodón para lo verde y negro
de la vida y la muerte.

Mármoles y aluminios
que no empaña el reflejo ni el aliento ni el alba
de unos ojos de niño
Luz de allá de la llama amarillenta
para el aire del éter más fino de los cielos
Nidos del algodón
para las alas de los peces del alcanfor y el yodo
líquidos mensajeros de la muerte.

¡Oh, Saturno,
escafandra de siglos en mi siglo,
descenderás conmigo entre los brazos
a un mundo de sigilos.
Y detrás de la muerte —centinelas—
ojos de dos en dos vivos, cautivos.

Soy el último testigo de mi cuerpo

Veo los rostros, la sábana, los cuchillos, las voces
y el calor de mi sangre que enrojece los bordes
y el olor de mi aliento tan alegre y tan mío!

Soy el último testigo de mi cuerpo

Siento que siento
lo frío del mármol
y lo verde
y lo negro
de mi pensamiento

Soy el último testigo de mi cuerpo

Postigo de sangre y llamas
Que bajo la piel respira
Equilibrio de las palmas
Que los vientos equilibra

Onda de otra mar salina
Con la tierra horizontada
Para paloma perdida
Y entre latidos hallada

Vida que por mí vigila
Oculta detrás del alma
La que mi cuerpo equilibra
Postigo de sangre y llamas
Mi nombre mi edad mi cuerpo
Ese que fui le he olvidado
Soy el alma que me hice
Y el cuerpo que me han quitado
(minero de mis ojos y mi oído
minero de mi cuerpo oscurecido
buzo perdido entre sus propias redes
horadando prisiones y montañas
por el silencio a flor de mis entrañas
en donde se evapora lo sentido
entre lunas, calor, sangre y paredes
desciendo verdinegro y aturdido)

Ni vivo ni muerto—sólo solo
El alma que me hice no la encuentro
Sin sentidos, despierto
Con mi sangre, dormido
Vivo y muerto
Perdido para mí
pero para los otros
hallado, junto, cerca, convivido,
con pulso, sangre, corazón, ardiendo…

Esqueleto de nieve y de silencio
de sombra recogida en su vislumbre
desnudo en el dintel de los desiertos,
forma distinta de belleza rara
que la voz de mi estatua
no pudo asir desde su estrecha plaza,
esparce su corona de equilibrios
en mi silencio enjuto y envidiable
más allá de la boca de los pinos
que al tiempo alternan su minuto de aire.

Para un Dios sin latidos —Dios de sueño—
abrevia, mi silencio en su silencio
donde crece la luna
donde agoniza el pájaro
donde el espacio ignora su pie leve.

Para que el árbol goce de su verde
La raíz hace oculta y amarilla
Y de savia la sangre se acuchilla
Y de aroma la fruta su piel muerde

Para que el árbol goce de su verde.

Para que el hombre nutra su ceniza
Guarda calor en la inválida mano
Sollozo mutilado en la sonrisa
Y la caricia verde del gusano

Para que el hombre nutra su ceniza.

Para que el alma su cordaje mida
Desistida del cuerpo y de la fecha
Impersonal como la muerte acecha
La memoria dispersa de su vida

Para que el alma su cordaje mida

Para que el sueño con sus pies descubra
La morada precisa de la muerte
Tiene el ojo conciencia de lo inerte
Y la voz; el silencio y la penumbra

Para que el sueño con sus pies descubra
La morada precisa de la muerte.

El que goza su cuerpo y su sonrisa
El que pesa la rosa
El que se baña en púrpuras de sangre
Espesa como mármol sin caricia
El que vive a la sombra deshojada
Del aire poco que respira y mancha
El verde por la orina verdenado
El plateado en ceniza
Que horada
Olvida
Hiere
Mientras goza el rescoldo de la muerte
El que de la mujer nada recibe

Y al hombre no da nada
El que asoma a los ojos sin cruzarlos
El partido por dos y en dos mitades
Iguales repartido
El sin olor
El Hombre
Sólo por la palabra redimido.

alúcida veloz clara ceñuda
desnuda sofocada misteriosa
menuda pura impura deseada
libre precisa frágil despojada
sola solemne solitaria y alma

alúcida veloz cálida oscura
orgullosa dolida apasionada
ávida tímida arrojada sobria
sensible fina libre leve dueña
multiforme constante sangre sangra

Debe ser débil rama la que a tu voz responde,
impreciso el dominio del fantasma
y la muerte,
llano el césped de lirios y delirios
por donde corra libre lamento el de la mente
Debe ser fango el frío de las horas después
cuando se apague el fuego de la sangre
y el postigo y la llama,
horrendo el cataclismo de la separación de lo que unido
fue vida y fue veneno,
para que desde el mármol olvido de mi cuerpo
tu voz de viento y sombra
de medida medida
de calores delgados
me atraiga y me deslice y me conduzca
otra vez al torrente de la vida

Debe ser débil rama mi voluntad,
humo la sensitiva de mi mano
y mi presencia aislada y amarilla
cuando tu voz ariadna, voz de viento y de sombra
caracol de palabras,
es mi último recuerdo y mi primer llamada
apenas balbuceo
en forma de palabra
que de nuevo me arranca a las entrañas
y me nace del sueño.

Luz que del sueño torna—forma clara,
luz, presencia, color y movimiento,
sin peso y sin pesar, desenlutada
que a las cosas devuelve su aislamiento

Luz que del sueño vuelve—forma viva,
insistente mirar de la mirada
absorta, nueva, día,
y por primera vez iluminada

Aire corredor
Forma desnuda
en su volumen fresco
y en su modo de ser casi de fruta

Aire que muerdo a gritos y cuchillos
por la primera vez
como un ahogado
que a la orilla del aire
sabe que respirar es verbo, gracia y pájaro.

Diluido en alegría
encuentro justo el mundo que se toca
se mira y me compara,
el multiforme y único
el mundo de mis piernas y mis brazos
discípulos del ojo
maestro de distancias,
el mundo colmenero de voluntad y llamas,
calles, ciudades, hombres, amenazas,
imágenes, prisiones, ríos, ventanas,
triángulo de colores que me devuelve el alma.

Voz que del sueño vuelve,
adonde la caricia no penetra
desciende, alegra, el aire, el sol, la sangre…
y me despierta.

 


 

Himno a Hipnos


Incendia, joven Hipnos, ese lirismo lógico
que ha reducido al hombre a ser un placentero bazar de
cosas útiles,
sin inquietudes y sin rebeldías.
Lirismo calculado para cerebros satisfechos
con el calor eléctrico, el trabajo, las lluvias y el dinero.
Un lirismo de formas, suaves formas,
fuego, apenas, de flores de tabaco;
lirismo que se aparta del corazón del mar y de los femeninos
nublados de la tierra
porque no está bien que el hombre —Ser superior—
que se engaña sabiendo lo que ignora,
que ignora lo que sabe,
conceda cosa alguna a otro poder extraño al de su voluntad
serpiente omnipotente.
El poder de su yo feroz que impone con razones su falta de
razón.

Incendia, joven Hipnos, esos corazones letrados
que amenazan sin dudas a la sabiduría,
esos falsos corazones de hierba endurecida
impenetrables a la sed y al fuego con que la sed se apaga.
Quema sus fábricas de verbos,
la maquinaria de sus pensamientos y de sus acciones
ajenos a los ritmos de amor indescifrados;
afina sus sentidos de mariposas torpes;
haz profunda en sus pechos la conciencia
del ala de la muerte que llevamos;
destruye las anémonas de su sangre cuando se conformen,
no más, con superficies y con cantidades;
devuélveles la honda simplicidad de tus paraísos de silencio
en donde crece sin horror la Vida.
Joven Hipnos vidente.
Yo sé que soy, también, un hombre de estos hombres.

Hipnos, creador de sueños,
que tus manos de sueño derramen su veneno saludable
sobre la fatiga y el temor del hombre,
que de los ritmos de la noche tuya
despierte sin orgullos ni martirios,
sin sentimientos sucios, sin vicios vegetales,
sin trabajos forzados
ajenos al deseo de fabricar el día:
ciego rodar la rueda de un mecanismo ciego
insensible al tacto de formas musculares
muerto al goce de abeja de hacernos pensamientos.

El hombre no es árbol ni edificio
ni campo ni ciudad,
es pez y pájaro.
Devuélvele su vuelo submarino,
su reino de belleza compartida,
su identificación con otros hombres.
Roza la soledad inerte de sus consigo mismo de muerte
anticipada
invernaderos turbios de los sueños,
que penetre su diálogo de espuma al fondo de la roca de la
oreja
que sus voces se quemen de preguntas
su silencio se aclame de pronombres
ramos de vida plantados una vez en este paraíso
único Paraíso verdadero
de la diaria belleza de innumerables modos repetida,
oculta y fragmentada
la Belleza que sólo pueden gozar los hombres juntos
unidos de lirismo vital y sin engaños
de hombre a cielo, de pecho a inanimado,
de pulsación a ritmo, cuerpo a cuerpo
de inteligencia, verbo, naturaleza y sueños.

Delirios, joven Hipnos, que los hombres destruimos en los
niños
enemigos del hombre
y otra vez enemigos.
Joven Hipnos
es justo que el hombre valga, ni más ni menos, el valor del
hombre
sin torturas de infancia, sin tormentas de viejo,
sin propiedad de nada,
ni de nombre o prestigio o bien alguno que defender a
espada.
Pero que el hombre valga,
ni más ni menos el valor del hombre.


Elegía


(No la amante, el amor…)


I

Recuerdos de la noche, los ausentes
que vuelven despojados de su luto,
haber vivido y muerto, flor y fruto,
asoman por lo oscuro de las frentes.

No fluye su pasado por las fuentes
que gozan del olvidar cada minuto,
ni niegan a la Noche su atributo
y estando son, aun sin querer, presentes.

Sólo la muerte, en la memoria, sabe
precisar la distancia de la vida
entre el vuelo y la flor, la voz que hiere,

o que fuego o ceniza preferida
deja el amor, cuando la amante muere
en brazos de algo inmaterial y grave.


IV

No la amante, el amor. La singladura
de la noche que arrastra fuego frío
por las venas del sueño, poderío
de la encendida palidez oscura.

El amor, no la amante. El goce mío;
la imagen que desbasto; la onda pura
que invade entre las ruinas mi locura
de tallar en diamante lo sombrío.

No la amante, el amor que le dio vida.
Lo que mi mano roza y estos ojos
desojan; lo que nace de la herida

soledad en la noche de mi sueño:
¡Encarnación que vive entre despojos
de la que soy —¡oh, dulce sangre!— dueño!


Tiempo


III

Porque el tiempo se mide, no se cuenta,
su luz a la distancia sobrevive
el aire pierde espacio en la tormenta
y en el suelo lo extraño se percibe.

Porque el tiempo se goza, no se cuenta
la secreta aventura que se vive,
burlas de horror y sed nos alimenta
y en alta noche amor su mano escribe.

Cuando en los ojos de la infancia advierto
el color sin colores de la vida
que al agua de los años se diluye,

busca mi sed el agua que no ha muerto,
que aquí en la soledad de su guarida
el alma se hace, el cuerpo se destruye.


Ejercicio de la rosa


V

Flor del sueño celeste y amarilla
que los sueños deshojan en mi frente,
pétalo inanimado en la corriente
del mar que vuelve a su secreta orilla

Cuando el silencio de la noche astilla
los ocultos rincones de la mente
con los latidos de la sangre, siente,
girar la Tierra, arder a la semilla

Qué simples movimientos y qué audaces
ondas muertas de nuevo renaciendo
—nuevas palabras de las mismas frases—

El cuerpo horizontal, la fiebre fría
marea del mar secreto en mí bebiendo
los deshielos nocturnos deste día.