Himno a Hipnos Incendia, joven Hipnos, ese lirismo lógico que ha reducido al hombre a ser un placentero bazar de cosas útiles, sin inquietudes y sin rebeldías. Lirismo calculado para cerebros satisfechos con el calor eléctrico, el trabajo, las lluvias y el dinero. Un lirismo de formas, suaves formas, fuego, apenas, de flores de tabaco; lirismo que se aparta del corazón del mar y de los femeninos nublados de la tierra porque no está bien que el hombre —Ser superior— que se engaña sabiendo lo que ignora, que ignora lo que sabe, conceda cosa alguna a otro poder extraño al de su voluntad serpiente omnipotente. El poder de su yo feroz que impone con razones su falta de razón. Incendia, joven Hipnos, esos corazones letrados que amenazan sin dudas a la sabiduría, esos falsos corazones de hierba endurecida impenetrables a la sed y al fuego con que la sed se apaga. Quema sus fábricas de verbos, la maquinaria de sus pensamientos y de sus acciones ajenos a los ritmos de amor indescifrados; afina sus sentidos de mariposas torpes; haz profunda en sus pechos la conciencia del ala de la muerte que llevamos; destruye las anémonas de su sangre cuando se conformen, no más, con superficies y con cantidades; devuélveles la honda simplicidad de tus paraísos de silencio en donde crece sin horror la Vida. Joven Hipnos vidente. Yo sé que soy, también, un hombre de estos hombres. Hipnos, creador de sueños, que tus manos de sueño derramen su veneno saludable sobre la fatiga y el temor del hombre, que de los ritmos de la noche tuya despierte sin orgullos ni martirios, sin sentimientos sucios, sin vicios vegetales, sin trabajos forzados ajenos al deseo de fabricar el día: ciego rodar la rueda de un mecanismo ciego insensible al tacto de formas musculares muerto al goce de abeja de hacernos pensamientos. El hombre no es árbol ni edificio ni campo ni ciudad, es pez y pájaro. Devuélvele su vuelo submarino, su reino de belleza compartida, su identificación con otros hombres. Roza la soledad inerte de sus consigo mismo de muerte anticipada invernaderos turbios de los sueños, que penetre su diálogo de espuma al fondo de la roca de la oreja que sus voces se quemen de preguntas su silencio se aclame de pronombres ramos de vida plantados una vez en este paraíso único Paraíso verdadero de la diaria belleza de innumerables modos repetida, oculta y fragmentada la Belleza que sólo pueden gozar los hombres juntos unidos de lirismo vital y sin engaños de hombre a cielo, de pecho a inanimado, de pulsación a ritmo, cuerpo a cuerpo de inteligencia, verbo, naturaleza y sueños. Delirios, joven Hipnos, que los hombres destruimos en los niños enemigos del hombre y otra vez enemigos. Joven Hipnos es justo que el hombre valga, ni más ni menos, el valor del hombre sin torturas de infancia, sin tormentas de viejo, sin propiedad de nada, ni de nombre o prestigio o bien alguno que defender a espada. Pero que el hombre valga, ni más ni menos el valor del hombre.
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