Elegía
(No la amante, el amor…)
I Recuerdos de la noche, los ausentes que vuelven despojados de su luto, haber vivido y muerto, flor y fruto, asoman por lo oscuro de las frentes. No fluye su pasado por las fuentes que gozan del olvidar cada minuto, ni niegan a la Noche su atributo y estando son, aun sin querer, presentes. Sólo la muerte, en la memoria, sabe precisar la distancia de la vida entre el vuelo y la flor, la voz que hiere, o que fuego o ceniza preferida deja el amor, cuando la amante muere en brazos de algo inmaterial y grave. IV No la amante, el amor. La singladura de la noche que arrastra fuego frío por las venas del sueño, poderío de la encendida palidez oscura. El amor, no la amante. El goce mío; la imagen que desbasto; la onda pura que invade entre las ruinas mi locura de tallar en diamante lo sombrío. No la amante, el amor que le dio vida. Lo que mi mano roza y estos ojos desojan; lo que nace de la herida soledad en la noche de mi sueño: ¡Encarnación que vive entre despojos de la que soy —¡oh, dulce sangre!— dueño!
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