Es curioso saber que todo empieza en la transmigración de la saliva y mis ojos dentro de poco van a cumplir dos años. Lo cierto está tan cerca que el silencio me ha cortado los pies y la sangre gotea sobre la alfombra ya que no basta ver lo que se ve, es necesario adivinarlo. Lo que se ve es un cuerpo en la penumbra, n cuerpo que en la noche de amor tiene la plenitud de una ola inmóvil, que está siempre en su altura de dominio. ¿Nunca has pensado, amiga mía, que el cuerpo al desnudarse está más junto? y luego, en el momento en que lo miras, cobra su exactitud porque el mirar lo va configurando. Todo consiste en la transmigración, y hoy al verte he sabido que el tacto es el recuerdo más antiguo que tiene el hombre, y a veces puede aterrorizarnos con su temblor de miel lenta y originaria y envolvente. El tacto es como el mar y el cuerpo amado es de agua despacísima que no se mueve sino hacia adentro, desnaciéndose, ya que la carne tiembla porque mira y al entregarse está mirándonos. Hay zonas de tu cuerpo que en la sombra relumbran y tienen un calor reberberante y un temblor desciñéndose que es la memoria de su origen, y ya sabes que a veces el cuerpo participa de la luz pues el que toca lo cierto muere, y noche adentro sientes que la profundidad del mar se hace inmediata con el roce más leve pues lo profundo aterra: es desnacer, y el agua de tu cuerpo está muy junta y muy temblada ascendiendo de la sombra a la luz, y nunca acaba su ascensión, su encendimiento gradual, y el pulso empieza en las estrellas, y la creación del mundo se suspende hasta que ya en el mar sólo queda una ola, sólo cabe una ola que al llegar a la playa queda en vilo, sabiendo que no puede romper sino acabándose.
17 de agosto de 1976 (De Diario de una resurrección, 1979)
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