El tiempo es un espejo en que te miras. Tú ya has entrado en el espejo y andas a ciegas dentro de él. Tú ya has entrado en el espejo. Nada te puede desnacer; ya eres viviente; tu carne sucesiva y simultánea es igual que un trapecio donde un pájaro a pie, se maniata dando vueltas y vueltas, procurando sostenerse en su cuerpo; y en la barra estén fijas sus manos mientras gira, —abajo, arriba, abajo— hasta que al alba vuelva a girar el cielo y ya no pueda seguirse sosteniendo, y se le caigan las manos, se le agrieten las manos, se le abran las manos temblorosas, y al perder su sostén el cuerpo caiga como agua desatándose, y empiece la música en sus alas.
(De Rimas, 1951)
|