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Un puñado de pájaros |
Como la voz y la palabra tienen un mismo cuerpo y un rostro diferente, vive el amor su identidad en dos amantes que descansan cada cual en el otro, distendiéndose, y es esta distensión lo que les une lo mismo que la llama tiene un centro de sombra y un entorno de luz. Vivir o no vivir, este es el juego, pues naces cuando amas y el amor sólo dura mientras sigues naciendo. Mas no siempre la vida llega a tiempo y hoy me siento plural y desasido, hoy me encuentro en el aire y en modo alguno quisiera detener esta caída en la que toco la verdad como a veces tocamos nuestro cuerpo para certificar que no estamos soñando. ¿Cuándo voy a aprender lo que he vivido? por ejemplo: la luz resbaladiza que en algunos lugares reverbera en tu piel, el cuerpo y su inmediato despertar, la lentitud de esa caricia que se va convirtiendo en un pétalo, los ojos hilvanados y esa anhelante sobreprestación en que el hombre descubre su propia oscuridad, su sangre deseante, y ese calor de oveja llenándote la mano. Ahora bien, el milagro no es todo y el silencio de dos nunca se junta; la luz llega a la tierra después de su caída; los besos no se pueden recuperar; cuando el amor se acaba sólo deja un puñado de pájaros. Más temprano o más tarde lo que vuela se aleja: éste es el precio de vivir, y el corazón se quema en esa distensión en que el amor nos hace traspasar nuestra frontera de crecimiento y ya no puedes sostenerte en los pies rotos. Quizás estas palabras son una invitación para el naufragio, sin embargo es preciso aceptar que en amor quien elige se equivoca. Más tarde o más temprano la vida se produce de una manera negociada igual que un cargareme, y la elección tiene la culpa por su carácter ganancial, por su carácter legitimado y contencioso; la elección es la culpa preventiva que convierte las noches en arena, mientras en nuestro corazón crece el desierto como queda en la tierra un sobre blanco. Vivir o no vivir, este es el juego. Sólo cuando la vida misma decide por nosotros puede llegar a ser imprescindible, comprenderás, amiga mía, que esto sucede raras veces: es como ver palidecer a un muerto. Lo que suele venir es el cansancio, la vida y su desagüe en el ahorro, y ese arrepentimiento primordial de saber que lo vivo era lo otro, cuando ya está perdido. |
20 de agosto de 1977 |