Mombyry Güive
Distante, cerca, unido a mi memoria, a su andrajoso borde desflecado, conservo mi paisaje.
Retengo, renuevo, recupero el horizonte exacto de mi pecho, por un atajo quedo, un nombre susurrado en voz muy baja, una calle en penumbra, la voluta del humo en la cocina, el último pez atardecido sobre el lomo del río.
Dulce o amargamente este sur de sangre irremediable me sigue refluyendo me seguirá llegando hasta que mi cuerpo sea un ahogado más en la corriente.
Porque el recuerdo es un animal que no acaba nunca de ser domesticado. Por ahí me llega el galope de cascos furibundos: Por allí me escrifica la piel el moretón de las humillaciones, la rosa de algún beso: por allí me duelen las navajas sombrías de las rejas. el hueco del silencio a orillas de la noche.
Me apena no poder cambiar el agua en vino Ni compartir el pan de mi tristeza. Me arena, me lancina la carcoma del miedo, la lenta polvareda del exilio. Me asquea el viscoso reptar de la palabra ciega.
Y nada puedo cuando el último suspiro de mi madre se apaga, con su mirada de adiós en el vacío.
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