Ahora que se hunden las nodrizas inglesas en túnicas brillantes, como cuchillos con astas trabajadas, ahora que en los corredores de los monasterios vuelven a surgir apariciones (bolas de fuego, gavillas donde aúlla el verano asesinado, un altar bizantino sostenido por ángeles curiosos). Ahora que la responsabilidad de las espaldas rotas se le atribuye al tiempo, hoy que bibliotecarios desconfiados se parapetan en las tapas metálicas de un tratado de montería y avisan a los suyos que se construyen muchas torres de Babel, hoy sube, como el vaho de un crimen, la certeza del primitivo parentesco del poeta con los criminales. ¡Y ese júbilo que se advierte en las callejuelas de hojalata, en los barrios torcidos como un juego de dados, preludia las fiestas del reconocimiento! II Estoy por el cuchillo. Yo, que me acostaba limpiamente, que en las pequeñas tentativas huía como un búho en el lomo del día, reconozco finalmente la fuerza de mis inclinaciones. En la vecindad de la liturgia más simple, la de las costumbres familiares, me sorprendo excitado y compito con los perros dobermanos en la furia de los desgarramientos. (Un templo, un templo guarda todavía mis ropas de monaguillo y mis salmos de albahaca detenidos en las salutaciones. Guarda la vergüenza de la ropa sucia y del pecado de no llevar corbata. Y guarda sobre todo a un Cristo, ladrón con la derecha y también con la izquierda, dulcísimo robador de los sexos y de las alcancías.) Vuelvo por el cuchillo. ¡Agua pura, sobrevenida de pronto, abstracción sonadísima! Se me reprocha un crimen ocioso, pero nadie puede contrariarme. Ya conozco mi oficio, y no dirán las gárgolas mis lugares secretos, y mis métodos, y la calcinación de contados sucesos y la función del paréntesis y las bolas de amianto. Esta noche me asiento en el corazón dé la ciudad como el presentimiento de un hacha clandestina. III En el corazón de la ciudad se vive y se trafica. Se conocen los mundos ocultados: Por ejemplo el agente de los interrogantes. Por ejemplo la calle de las bolsas quebradas. Por ejemplo un mar obsceno, como un tatuaje en el muslo, por ejemplo la Taberna del Pino, profunda como un eructo. Por ejemplo la secreta homonimia en los establecimientos carcelarios. Y la furia de las alcahuetas como la certeza de una gonorrea. (Esta calma sargaza estuvo precedida de unas lluvias. Para mejor habérmelas tuve que levantarme un techo precarísimo, que aún en medio de insultos y gargajos fuera para mi espalda una carga preciada y densa como una narrativa. Porque la ciudad de cimientos de albahaca reconoció mi esquirla, manchó mis avenidas con gotas aceitosas como aceite de lámpara y ungió con pez y mirra mis manos preparadas.) Hoy, mes en curso y desprestigio amplísimo, corre sobre los búcaros la esencia de proverbios comentados por magros abuelos, y se busca en una alcantarilla rezagos del naufragio y los antepasados esconden sus retratos escupidos mil veces y los parientes vuelven a la entrepierna de sus mamacitas. Hoy, mes en redoma, alianza con los dados y augusta procedencia de las fuerzas oscuras, cierno mi escolta y precipito mi reino sobre muertas cabezas. IV Negra ciudad, me dejas los prostíbulos, para mí, el postergado, no prolongarás más tus avenidas, no establecerás finalmente, en algún sitio, tus talones de bronce. (El más triste consuelo suspendido de una cadenita, el más grave consuelo, el conocimiento de un oro furtivo como un río enmascarado, el más amargo consuelo, el cálculo errado acerca de un caballo de copas en la manga mugrienta, asedian esta noche a mi corazón desencadenado.) ¡Alguaciles, aquí! Se está quemando el cuero de las carteras en tiendas de judíos, se está quemando el cuero, la piel, la definitiva forma de mis andanzas. ¡Aquí personas sólidas, ciudadanos, pater familiac, desconocidos propietarios de unos vinos sonámbulos! Aquí sucede que se casa un monje, aquí las esquirlas de un cóndor subjuntivo hieren de cerca y lejos, hieren, es un estado de agresión permanente y de dos filos! (Pero el mar, obsesivo. El mar que sangra, como un contrabando de lingotes heridos. Los muelles nos esperan. Los muelles han hervido sus algas capitales en la alucinación de un cargamento. ¡Cinamomo y Belladona! Que paguen el espanto que elegimos.) V No cumpliré con mis caprichos. No me rodearán los árboles melosos, sus tucanes ya no querrán saber de mí. Mi boca será colmada de caídas y de lluvias a fin de que no hable. No tendré bodas. No concederé más rayos de sol, testa soberbia que se balanceaba a cada insinuación del sonido o de los vahos siderales. (La constelación de Casiopea acompaña la fiebre del viajante de seguros de vida. Un león lo devora. Un fellah, con un párpado cojo y el otro sediento se aproxima al cadáver y lo contempla. Se alza la grave pregunta sobre el carácter exacto de la muerte. En un desierto de agar-agar, los viejos cultivos rodean ensimismados a unos hongos exóticos que han brotado, se dice, por generación espontánea. Un violinista, durante una representación oficial se siente mal súbitamente y las cuerdas de su violín famoso se le insinúan debajo de la piel. Un marido eyacula salvajemente en el vacío, o más precisamente entre los muslos de su mujer, una hermosa fémina de veinticuatro años.) No conoceré los designios, ni la furia vengativa de los hermosos gibones. No tendré profundos pensamientos en ómnibus destartalados, que emergen de los barrios suburbanos con un olor a pescado. Nunca he conocido el poder de una palabra. VI ¡Dios, me parece bastante! Ahora quiero estar solo. (He nacido de padres que durmieron en el verano, más precisamente en el centro del sol, y que habían visto a unas nubes violetas descender sobre los párpados de los antepasados y temían a la muerte.) Por eso, déjenme un poco de dicha bajo los embaldosados. Junto a los burros de la noria déjenme alguna dicha. ¡Oh, sí la noria! En mi infancia arrancada a las frutas silvestres y a las yerbas ilustres que perfumaban la casa, una noria era quien alimentaba a miles de sueños. Padre taciturno, tú buscaste las almohadas menos propicias, tú buscaste tus propios pasos que habían, luego de varios años, de conducirme de calle en calle, en huidas pueriles, en huidas sin término, que así fueron las nuestras. ¡Mi padre! ¡Mi infancia! Caeremos en acontecimiento como apellidos extraños. Así, así, así, así. Paso por paso. Ocasión de matar con revólveres de hojaldre. Todo perdido al fin, todo sumido en un delirio de ropas limpias en las azoteas azules. La frescura del alba, pero también es cierto que sabemos prolongar la noche hasta extremos inverosímiles, y que nos acompañan el muy lúcido maullido de una gata y el impotente canto de los gallos. Y que ellos se han cernido, toda esta larga noche sobre nuestros condones colgados de los árboles y nuestras bellísimas botellas sumidas en la arena.
|
Él iba a ser el padre de Anakairo. Su nodriza le predijo: "Tendrás un hijo como una lanza esbelto, bello como el heno salvaje. En los campos de arroz se criará y cuando cante callarán las estepas, y los ríos y los mirlos callarán. A mediados del siglo tendrás un hijo tierno como el primer tañido de las campanas, diestro como una ballesta, inteligente como un guarismo o una joven esponja. En su ciudadanía será amado y él amará, será seguido y él seguirá, será creído y él creerá. Casará con la más bella de la ciudad y en sus bodas tú serás el primero en beber el vino patriarcal. Será tu hijo a mediados del siglo." (¡Anakairo, Anakairo! En tu infancia atravesada de pájaros salvajes y de piedras planas que debieron de ser talismanes, se te busca. Yo no sé si aquello tan salobre haya contaminado la región de los sueños donde moras. No sé si aún habrá un estío que cuide de tus carnes vistiéndolas de seda y de jugos terrestres. Se te busca Anakairo después de la horrorosa caída de tu padre, después del desplome de su ciudad, aquella que en las noches de luna olía como almendro y cerezo.) El que iba a ser tu padre está ahora distanciado del mundo de los vivos, del mundo de los muertos también, hay que decirlo. Aquella muerte tan atroz, la suya, penetra entre nosotros como una sola frialdad. El sol brilla de noche ahora y nunca nos es útil. Sólo nos va quedando el prestigio del mar, que un día habíamos negado con las uñas hundidas en la tierra. (Qué te lleva lejos, Anakairo, qué te ausenta definidamente de este nuestro pequeño mundo de suyo tan ausente. Hemos escanciado ese vino que amabas, que llegarías a amar, en tu funeral. Hubo palomas y nardos. Los amigos fieles concurrieron; los amigos que tú hubieras amado y que hoy rondan las mesas de madera como perros de presa.) Anakairo, niño horrible, pequeño tarado lleno de pústulas y de piojos blancos por lo que te perseguían entre piedras y befas los niños crueles como niños que eran. Hombre ya escupido, apto sólo para trabajar en las alcantarillas y convivir con las ratas. ¡Anakairo, Anakairo! Así se te hubiera preparado una morada de piedra abarrotada del prestigio de tus antepasados. Hubieras visto crecer las fieras ante tus ojos exhaustos, hubieras construido prontamente un dios de hierro, de escombros de nuestros hierros. Niño tarado, babeante, y sin ninguna crueldad en tus babas brillantes. El que iba a ser tu padre jugaba, como tú, con ciudades y mitos. Tal vez lo sepas en la región de sueños donde moras. Tal vez lo sabes, Anakairo, hermoso niño, Anakairo. |