Deslumbrante y tremenda, en un instante la aurora me mataría, Si no pudiera, ahora y siempre, hacer que brote la aurora de mí. Nosotros también ascendemos, deslumbrantes y tremendos como el sol, Hemos encontrado lo nuestro, oh mi alma, en la quietud y frescura del amanecer. Mi voz persigue lo que mis ojos no alcanzan, Con el giro de mi lengua comprendo mundos y volúmenes de mundos. El habla es gemela de mi visión y desigual por inmesurable, Siempre me provoca, me dice con sarcasmo: Walt, contienes tantas cosas, ¿por qué no las dejas salir? Vamos, no me dejaré atormentar; tienes demasiada fe en la palabra, ¿No sabes, oh habla, que los brotes se doblan bajo tu peso? Esperando en la penumbra, protegido por la escarcha, La inmundicia retrocede ante mis gritos proféticos, Fundamento las causas, al fin las equilibro, Mi conocimiento lo vivo en mí, está a la altura del significado de todas las cosas, Felicidad (que todo el que me escuche, él o ella, salga este día a buscarla). Te niego mi último mérito, me niego a rechazar lo que realmente soy, Abarca mundos, pero nunca intentes abarcarme, Reúno lo más fino y lo óptimo que hay en ti con sólo mirarte. La escritura y el habla no me revelan, Llevo en el rostro la plenitud de la prueba de todo lo existente, Con el silencio de mis labios confundo al escéptico.
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