¿Es éste el tacto?, que me conduce, temblando, hacia una nueva identidad, Las llamas y el éter se agolpan en mis venas, Mis extremidades traidoras los alcanzan y se enciman para ayudarlos, Mi carne y mi sangre se convierten en rayo que fulmina lo que apenas difiere de mí, Por todas partes incitadores lascivos me paralizan los miembros, Exprimen de la ubre de mi corazón la gota contenida, Obran licenciosamente conmigo, no aceptan negativas. Intencionadamente me privan de lo mejor que poseo, Desabrochan mi ropa, asiéndome por la cintura desnuda, Eluden mi confusión con la calma de la luz del día y de los pastizales, Impúdicamente rechazan a los otros sentidos, Los sobornan para que se transformen en tacto y se vayan a pacer a los bordes de mi cuerpo, Sin consideración, sin pensar en mi desfalleciente fuerza o en mi cólera, Convocan al resto del rebaño para disfrutarlos un momento, Luego, todos se reúnen en un promontorio para mortificarme. Los centinelas abandonan cada una de mis partes, Me dejan indefenso ante un rojo merodeador, Todos acuden al promontorio para atestiguar y oficiar en mi contra. Me entregan los traidores, Hablo como salvaje, me he vuelto loco, yo y nadie más soy el mayor traidor, Fui el primero en acudir al promontorio, mis propias manos me llevaron. ¡Tacto maldito! ¿qué haces? mi aliento se cierra en la garganta, Abre las compuertas, eres demasiado para mí.
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