Material de Lectura

 


De Imágenes para el fin del milenio (1986)
Vientos de piedra
Monte Albán
Las momias
Lluvia en la noche
[Un día un hombre olvida]
[Las palabras no dicen]
[El cuerpo de la mujer es inmenso]
Asombro del tiempo




VIENTOS DE PIEDRA

Cuando el viento huía por los llanos
el hombre vino y lo hizo piedra
cuando el sol caía por sus rayos
el hombre vino y lo hizo piedra
cuando la serpiente corría por el tiempo
el hombre vino y la hizo piedra
capturó a la muerte con los ojos
apresó a lo invisible con las manos
fijó la impermanencia en una forma
y en todas esas formas metió dioses

Pero el viento metido en una piedra
se hundió en el polvo y en la hierba
el sol del mediodía bajó a la noche
y la serpiente emprendió el vuelo
la muerte salió de su escultura
se fue a los caminos y a los pueblos
y desde entonces anda con cabeza humana
El hombre fantasma de sí mismo
fue demolido por sus propios dioses
De todo aquello hubo lo que quedó al principio:
unas piedras

 


MONTE ALBÁN

Aquí cayó la luz.
Aquí el olvido se hizo piedra,
ceniza y lodo,
hueso y cráneo.
Aquí el aire se hizo ave,
el vuelo árbol,
el hambre hombre,
el valle fuga
y el monte lluvia verde.
Aquí el hombre volvió al barro,
regreso al silencio,
se metió en la noche.


 


LAS MOMIAS

Solo entre las momias me pregunto
si el destino de toda carne no es el horror.
Su condición presente borra todo pasado
y sólo expresa una desolación
perpetuada en una mueca fija.
“¿Para esto hemos nacido?”, gritan en silencio,
“¿para que los viajeros del tiempo
vengan a ver el rostro de la Muerte?
¿Para que en el espejo de su porvenir
vean en qué ruina se convierten?
Lejos estamos de nosotras mismas
en una carroña que no duele.
Quiera Dios concedernos un día
el reposo anónimo del polvo.”

 


LLUVIA EN LA NOCHE

Llueve en la noche
sobre las calles húmedas y los tejados viejos

sobre los cerros negros
y los templos de las ciudades muertas

En la oscuridad oigo la música ancestral de la lluvia
su paso antiguo su voz disuelta

Ella hace caminos en el aire
más rápidos que los sueños del hombre

hace senderos en el polvo
más largos que los pasos del hombre

El hombre morirá mañana
morirá dos veces

una como individuo
y otra como especie

y entre los relámpagos y las semillas blancas
que atraviesan las sombras

hay tiempo para todo un examen de conciencia
tiempo para contarse la historia humana

Llueve
Lloverá en la noche

pero en las calles húmedas y en los cerros negros
no habrá nadie para oír la lluvia

 


UN DÍA UN HOMBRE OLVIDA
un mar un continente y un planeta

olvida las facciones de su padre
y las huellas de su propia mano

olvida el fulgor de sus ojos en otros ojos
y el sonido del agua en su cabeza

olvida el timbre de su voz y el ruido de su sueño
que despierta a otros pero no a sí mismo

olvida el traje y la casa que habitó
la calle y la ciudad que lo olvidaron

olvida el amor la revelación la muerte
el espejo que no devuelve ya su imagen

Un día un hombre se olvidará a sí mismo
olvidará que olvida

 


LAS PALABRAS NO DICEN lo que dice un cuerpo
subiendo la colina al anochecer
las palabras no dicen lo que dice un colibrí en el aire
al mediodía
las palabras no dicen lo que dice un perro esperando a
su amo que nunca volverá
las palabras no dicen lo que dice el paso de la mujer y
el movimiento en el árbol de la mañana
las palabras no dicen lo que siente un fresno al ser
fulminado por un rayo
las palabras no dicen la sensación de nacer de amar y
de morir
las palabras son las sombras atadas a los pies de un
hombre que avanza demasiado rápido entre la
multitud
son párpados de sueño con que el hombre cubre el
amor que no alcanza a comprender

 


EL CUERPO DE LA MUJER ES INMENSO
el cuerpo de la mujer nunca se acaba
es profundo como un túnel
que mira hacia dentro de la tierra

Bloqueada en sus orillas
abrazada en sus ángulos
cubierta en sus bocas
por todos los cuerpos de este mundo

los labios no pueden sellarla
las manos no pueden asirla
el deseo no la penetra
el amor no la alcanza

 

 


ASOMBRO DEL TIEMPO
(Estela para la muerte de mi madre Josefina Fuentes Aridjis)


Ella lo dijo: Todo sucede en sábado:
el nacimiento, la muerte,
la boda en el aire de los hijos.
Tu piel, mi piel llegó en sábado.
Somos los dos la aurora, la sombra de ese día.

Ella lo dijo: Si tu padre muere,
yo también voy a morir.
Sólo es cosa de sábados.
Cualquier mañana los pájaros
que amé y cuidé van a venir por mí.

Ella estuvo conmigo. En mi comienzo.
Yo estuve con ella cuando murió, cuando nació.
Se cerró el círculo. Y no sé
cuándo nació ella, cuándo morí yo.
El rayo umbilical nos dio la vuelta.

Sobre la ciudad de cemento se alza el día.
Abajo queda el asombro del tiempo.
Has cerrado los ojos, en mí los has abierto.
Tu cara, madre, es toda tu cara, hoy que dejas la vida.
La muerte, que conocía de nombre, la conozco en tu cuerpo.

Dondequiera que voy me encuentro con tu rostro.
Al hablar, al moverme estoy contigo.
El camino de tu vida tiene muchos cuerpos míos.
Juntos, madre, estaremos lejanos.
Nos separó la luna del espejo.

Mis recuerdos se enredan con los tuyos.
Tumbados para siempre, ya nada los tumba.
Nada los hace ni deshace.
Palpando tu calor, ya calo tu frío.
Mi memoria es de piedra.

Hablo a solas y hace mucho silencio.
Te doy la espalda pero te estoy mirando.
Las palabras me llevan de ti a mí y de mí a ti
y no puedo pararlas. Esto es poesía, dicen,
pero es también la muerte.

Yo labro con palabras tu estela.
Escribo mi amor con tinta.
Tú me diste la voz, yo sólo la abro al viento.
Tú duermes y yo sueño. Sueño que estás allí,
detrás de las palabras.

Te veo darme dinero para libros,
pero también comida.
Porque en este mundo, dicen,
son hermosos los versos,
pero también los frutos.

Un hombre camina por la calle.
Una mujer viene. Una niña se va.
Sombras y ruidos que te cercan
sin que tú los oigas, como si sucedieran
en otro mundo, el nuestro.

Te curan de la muerte y no te salvan de ella.
Se ha metido en tu carne y no pueden sacarla,
sin matarte. Pero tú te levantas, muerta,
por encima de ti y me miras desde el pasado mío,
intacta.

Ventana grande que deja entrar a tu cuarto la ciudad
de cemento.
Ventana grande del día que permite que el sol se
asome a tu cama.
Y tú, entre tanto calor, tú sola tienes frío.

Así como se hacen años se hace muerte.
Y cada día nos hacemos fantasmas de nosotros.
Hasta que una tarde, hoy, todo se nos deshace
y viendo los caminos que hemos hecho
somos nuestros desechos.

Sentado junto a ti, veo más lejos tu cuerpo.
Acariciándote el brazo, siento más tu distancia.
Todo el tiempo te miro y no te alcanzo.
Para llegar a ti hay que volar abismos.
Inmóvil te veo partir, aquí me quedo.

El corredor por el que ando atraviesa paredes,
pasa puertas, pasa pisos,
llega al fondo de la tierra,
donde me encuentro, vivo,
en el comienzo de mí mismo en ti.

Números en cada puerta y tu ser pierde los años.
Tu cuerpo en esa cama ya sin calendarios.
Quedarás fija en una edad, así pasen los siglos.
Domingo 7 de septiembre, a las tres de la tarde.
Un día de más, unos minutos menos.

En tu muerte has rejuvenecido,
has vuelto a tu rostro más antiguo.
El tiempo ha andado hacia atrás
para encontrarte joven. No es cierto
que te vayas, nunca he hablado tanto contigo.

Uno tras otro van los muertos, bultos blancos,
en el día claro.
Por el camino vienen vestidos de verde.
Pasan delante de mí y me atraviesan. Yo les hablo.
Tú te vuelves.

Pasos apesadumbrados de hombres
que van a la ceremonia de la muerte,
pisando sin pisar las piedras
de las calles de Contepec,
con tu caja al cementerio.

Tú lo dijiste un día:
todo sucede en sábado:
la muerte, el nacimiento.
Sobre tu cuerpo, madre, el tiempo se recuerda.
Mi memoria es de piedra.

 

México, D.F., 2 de septiembre de 1986
Contepec, Michoacán, 7 de septiembre de 1986