Ley como amor
La Ley, según los jardineros, es el sol, La Ley es aquella que hay que obedecer hoy, mañana, ayer. La Ley es la sapiencia de los viejos: chillan y refunfuñan los impotentes abuelos; con voz tipluda los nietos dicen: La Ley es los sentidos de la juventud. La Ley, dice el cura con su cara de cura explicándole a los laicos, La Ley son las palabras de mi devocionario, mi púlpito y mis torres son La Ley. La Ley, dice el juez desde su solio, hablando claramente y con severidad, La Ley, como antes había dicho, La Ley, como supongo ya saben, La Ley, si otra vez me permiten explicarlo, La Ley es La Ley. Aún así, los sabios observantes de la ley escriben: La Ley no es ni equívoca ni justa, La Ley sólo es los crímenes castigados en tiempos y lugares, La Ley es la ropa que los hombres usan en cualquier parte, en un tiempo cualquiera, La Ley es Buenos Días y Buenas Noches. Otros dicen, La Ley es nuestro destino; otros dicen, La Ley es el Estado; otros dicen, otros dicen ya no existe La Ley, La Ley se ha ido. Y dice siempre la escandalosa turba tan terrible, tan gritona: La Ley somos nosotros; y siempre, suavemente, el suave idiota: Yo soy La Ley. Si nosotros, amada, sabemos que no sabemos más que ellos sobre la ley, si yo, no más que tú, sé lo que debemos hacer y lo que no y que todos concuerdan alegre o tristemente en que la ley es y en que todos lo saben, y entonces pensando que es absurdo definir a la Ley con alguna otra palabra, a diferencia de muchos otros hombres no puedo decir La Ley es... otra vez; no menos que ellos podemos suprimir el universal deseo de adivinar o abandonar nuestra propia posición a una condición despreocupada. No obstante yo puedo, al menos, confinar tu vanidad y la mía a la tímida proposición de una tímida similitud, que, con todo, propondré: que es como el amor yo digo. Como el amor ignoramos por qué o dónde como al amor no podemos someterla ni evadirla como al amor la lloramos con frecuencia como al amor rara vez la conservamos.
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