Canzone
¿Cuándo aprenderemos —cosa clara como el agua— que no podemos escoger lo que somos libres para amar? si bien el ratón que deportamos ayer es hoy un furioso rinoceronte, nuestro valor está más amenazado de lo que suponemos: necias objeciones a nuestro día de hoy husmean sus alrededores; noche y día caras, oraciones, batallas, acosan nuestra voluntad tanto como ruidos y formas cuestionables; enteras esporas de resentimientos cotidianos dan status a los salvajes del mundo que gobiernan a los distraídos y a este mundo. Somos creados con y desde el mundo para con él y desde él sufrir día tras día: ya sea que nos encontremos en un mundo majestuoso de sólidas medidas o en un mundo de sueño de oro y cisnes, se nos pide que amemos las cosas sin hogar que requieren un mundo. Nuestra exigencia de poseer nuestros cuerpos y nuestro mundo es nuestra catástrofe. ¿Qué podemos experimentar sino pánico y capricho hasta saber al fin que nuestro medroso apetito exige un mundo cuyo orden, origen y propósito, sea una copiosa satisfacción de nuestra voluntad? Deriva, Otoño, deriva; hojas, colores, donde quieran: necia melancolía se desmenuza por el mundo. Deploren, fríos océanos, la voluntad linfática atrapada, reflejante, en el derecho a desear: mientras violentos perros alborotan su moribundo día en furia báquica; aunque gruñan, como es su voluntad, sus colmillos no son un triunfo para la voluntad sino cabal indecisión. Aquello por lo que nos amamos es nuestro poder para no amar, reducirnos a la nada o explotar a voluntad, arruinarnos y recordar que sabemos lo que ruinas y hienas no pueden saber. Si ahora en esta oscuridad sé cada vez menos cuál es la escalera en espiral en que la hechizada voluntad asecha el equipaje que le robaron, ¿quién podría saberlo mejor que tú, amada? ¿cómo sé yo lo que da seguridad a cualquier mundo? ¿o en el espejo de quién comienzo a conocer —como los mercaderes sus monedas y sus ciudades— el caos del corazón, rey por un día? pues a través de nuestro tráfico vivaz de todo el día en mi propia persona me obligo a saber cuánto debe olvidarse del amor, cuánto, incluso, del amor, debe perdonarse. Querida carne, querida mente, querido espíritu, Oh amor querido, en mis profundidades ciegos monstruos saben de tu presencia y están furiosos, y temen al amor que exige a sus imágenes algo más que amor; los ardientes caballos rampantes de mi voluntad, atrapando las esencias Celestiales, relinchan: Amor no justifica el mal hecho en nombre del amor ni en ti, ni en mí, ni en los ejércitos, ni en el mundo de las palabras y las ruedas, ni en ningún otro mundo. Querida creatura-semejante, alaba a nuestro Dios de amor que así nos amonesta, que nunca un día de juicio consciente sea un día desperdiciado. Eso o de cada día hacer un espantapájaros, barullo y revoltijo de nuestro común mundo y borra y tontería de nuestra libre voluntad; eso, o nuestra carne en mutación nunca sabrá que debe haber tristeza si es que puede haber amor.
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