Que quede claro el olor de las espigas en la santa inmensidad del mantel apenas pronunciada por el suave jacinto virgiliano en el medio la pausa de lo que ha de venir o bálsamo para el amasijo de soledades, con las cabezas ahora desnudas, guardado ya el idioma de lobos y la marca de las estaciones violentas. Véase la tabla en su faz de arca, barca o inocente ara, pero más aún el remanso como red de las miradas (patrias hasta ahora de las lejanías), las filtraciones de un fuego mutuo, el ir y venir de los flujos invisibles en los vasos entre borde y borde implícitos, sin menoscabo de las puertas fidedignas a la brisa, al temblor de la vegetación atenta a la llegada de Venus. (De sol ha de ser la piedra de ese cimiento intangible y nudo. De sol, la cabecera o ducto hacia el campo y lo insondable) Todo lo alto (lo sumo) está aquí: en la dignidad de las manos limpias, en el pan pobre pero verdadero, en el leve tesoro del grano abierto, en la leche sin mutilaciones, en el néctar sincero de las flores y frutos familiares, en el barro de los platos hermanado al humus de los cuerpos. (Maldito el que nos prive de esta hostia mínima) Nada de carnadas a precio de moro. Menos aún la velocidad, los diezmos venenosos del tiempo. Aparte el cáliz del fasto y el neón. Aparte incluso el vocabulario de las lejanas comuniones: no lo de tomad y comed, no lo de tomad y bebed. No más ansias de multiplicaciones (en verdad, en verdad os digo). En todo caso: alto total del día en la conjunción del humo y el aliento, del cielo y los aromas. Alto total al principio de dolor. (Maldito el que nos niegue este paréntesis) En todo paso: alto a los despreciadores y depredadores: bendición plena a la ceremonia de las bocas: viáticos a la caravana de la tierra hacia la tierra. Que se respire este placer. Que se sienta honda la liga de lo dulce y lo salobre. Cómo se atemperan los corazones en el caldo hospitalario. Cómo asciende desde la sangre presente una música llana y pura. Los hijos imbuidos en el humilde sacerdocio de los antepasados. El torvo acto de las lenguas amasando sabores y palabras. La voz de los ausentes emergiendo con el halo de las especias. El despuntar de un centro más del mundo en la breve intemperie de altar balsa isla afortunada. Que se sepa: nada hace tanto contra tanta daga contra tanto dogo. Que se palpe la luz total en las ondas de este instante. ¿Quién recuerda aquí a la muerte?
De Alisios, inédito
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