Después de todo llevamos cosas en la sangre gotas de un día destrozado almíbar para santos ríos siempre ríos tirados como un suelo rojo (como un sueño rojo) y también un poco de luz páginas como horizontes con la garganta abierta y por qué no el cuchillo el brillo gris del alarido cuántas caricias del silencio y desde luego flores como tumbas y besos como verdaderos labios alas de carne y humo balas más agudas ruedas de víboras en cero y el niño blando bien peinado a manos de un otoño anunciado pasos como huellas como mariposas dormidas en la arena llamaradas de gatos dando tumbos sin corazón y sin habla pero eso sí: la peste de las palabras y un peso un peso de discretas piedras calientes de larvas abandonando piel tras piel ánimas ladinas más allá de la sonrisa y el flujo sordo del tú del que estás ahí como si cuerpo sibilante sofocante asfixiante el orden y la orden do brama la tapa de los sexos clavos para llagas y todo un bicho expiatorio y el túnel en el rayo que no cesa pero arde y esparce claras cenizas la barca llena de vírgenes y claro claro el cisne y su calmo sollozo que madura todo hasta las semillas hasta el punto final y tal vez algo de sangre secándose
De “Extraña entraña”, en La luz en el vano
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