Diane Wakoski
Mi certificado de boda El mecánico Historia
Mi certificado de boda
Hay sombras que parecen peligrosas manchas en tus pulmones llenando un retrato tuyo que tengo en mi mente.
El mecánico
La mayoría de los hombres usan los ojos como metrónomo para marcar el compás del caminar de una mujer cómo sus caderas se ciñen contra la tela, igual que los higos en el árbol justo antes de reventar sus moradas pieles, para medir qué tanto de su andar emplea en la cama de noche, la jarra del cielo llenándose de vía láctea centellea cada vez que ella mueve los labios. pero, claro, los secretos no son los golpes obvios en la canción que cualquier baterista puede dar oyendo la velocidad del motor —hecho también de golpes— tan rápidos, sutiles, supongo, que llegan como un sonido continuo o el corazón que, por supuesto, golpea sin ventilador que lo mantenga fresco; es una prueba, un ritmo, que no podrían ver aquellos ojos medidores aunque tal vez haya algunos con dedos y oídos tan cerca de los motores con aceite limpio circulando por los oídos que depure la sesera, quizás algunos... puedan decir en qué consiste el secreto sangrar de una mujer Como mujer con estrellas untuosas en todos los puntos de mi piel nunca podría fiarme de un hombre que no fuera mecánico; un hombre que usa sus ojos, sus manos, escucha al corazón.
Historia
Un hombre me preguntó la historia de mi vida. Dije que yo no tenía historia. Que todas mis historias eran vidas, como hongos, aparentemente sin raíces, aunque las esporas, microscópicas, que bailan en la tierra como mi mano roza tu cara mientras duermes, ya no son misteriosas; y recordé que todas mis historias son una sola, dejando a una mujer con un puñado de plata que se vuelve luz de luna desvanece como el aire, desaparece con el sol, permaneciendo ella con sus manos abiertas y la poesía que es música, una canción que nos ronda a todos es lo que le queda, su realidad misteriosamente, quizá microscópicamente, ida para aparecer en otro terreno pantanoso. Yo busco al mago que entienda lo que es invisible al ojo desnudo, que lea la poesía como un texto para una nueva especie de jardín, que convierta la luz de luna en un puñado de plata, en algo sólido y real, no en ilusión, no en viejas historias, no en la vieja versión de la vida, no en hongos venenosos. Hongos, comibles, hermosos, que dejan caer las esporas y dan vida justamente como nosotros. La historia de mi vida es que continúa.
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