Sylvia Plath
El colgado Bondad
El colgado
Por las raíces de mi pelo algún dios me agarró. Me crispé en sus azules voltios como un profeta del desierto. Las noches de pronto se cerraron como párpado de lagarto: Un mundo de calvos días blancos en una cuenca sin sombra. Un aburrimiento de buitres me clavó a este árbol. Si él fuera yo, haría lo que yo hice.
Bondad
La bondad se desliza por mi casa. Doña Bondad, ¡tan amable! Las joyas rojas y amarillas de sus anillos humean En las ventanas, los espejos Se llenan de sonrisas. ¿Qué hay tan real como el grito de un niño? El grito del conejo puede ser más salvaje Pero no tiene alma. El azúcar lo cura todo, según dice la Bondad. El azúcar es un fluido necesario. Sus cristales un pequeño emplasto. ¡Oh bondad, bondad Dulcemente recogiendo pedacitos! Mis sedas japonesas, mariposas desesperadas Pueden a cualquier momento ser clavadas, anestesiadas. Y aquí vienes tú, con una taza de té En guirnaldas de vapor. Pero la poesía es un jet de sangre, No hay manera de pararla. Me acercas dos niños, dos rosas.
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