Sonetetes
I Seor Satán estaba sitibundo —Noé a su vera y en las mismas—; nada para beber, si no de avena helada cuatro pintas: ¡brebaje tremebundo! Metafísicos, Hamlet, Segismundo —el tercero era Kant— parlaban; cada cláusula suya ingente carcajada suscitábale a Falstaff rubicundo. Seor Satán trinaba, y a su vera Noé en las mismas; ni una humilde copa de montañero anís, ni un mero azumbre del de Caná, que tan sabroso era... En esas pasa, con ninguna ropa Cleopatra y con ojos que echan lumbre. II En esas pasa Cleopatra, nuda, rumbo al Nilo...; ¡Qué César ni qué Antonio! ¿Cleopatras a mí? —chilla el Demonio —Seor Satán— Noé no se demuda. Noé más que un Noé parece un Buda. Noé más que un Noé parece un gonio o el busto aquel del "vestíbulo ansonio": Cleopatra pasó, remacanuda; Seor Satán se olvidó de su sicio, dejó a Noé mesándose las longas y amalayando dos o tres arreos. Cleopatra pasó. ¡Lo que es el vicio! Adiós Noé! muy buena te la pongas! Me voy tras esta chata y sus meneos! III Seor Satán —hecho áspid— a la caza de Cleopatra desnuda rumbo al Nilo, —rumbo al delta, mejor—. Si pierdo el hilo con volver a empezar tras trazo o traza. Cleopatra, cetrina morenaza de no breve nariz, de ardiente asilo para el amor (en íntimo sigilo o a toda luz en medio de la plaza) Seor Satán siguió tras la cetrina morenaza de órdago, venusta sí: como Helena la de aquí fue Troya. Cleopatra pasó, sonrió, ladina; iba sin galas lista a entrar en justa: Seor Satán tomo sus delta y joya... IV
Estrambote
Y, hecho un áspid, la fresa purpurina de sus pezones saborea y gusta, goloso asaz, y retornó a la hoya de Cleopatra acezante, serpentina muy más que el áspid. Él allí se incrusta y Ella a su vencedor, cómplice, apoya.
Moraleja
Seor Satán estaba sitibundo. Sació su sed Cleopatra, le donando su viña y su lagar —en dando y dando y en recibiendo— (lo mejor del mundo en concepto de Lelo Beremundo)
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