III
No me lamento porque existe, sino porque no existe. Los días desdentados pueden hablarme con voz de niño o intentarlo la lluvia como un loco que habla con los ojos cerrados. Mi corazón jolivudense exige para mi infancia una casa muy blanca con noventa ventanas abiertas al estío. Para mi adolescencia, las palabras Isabel, Istambul, Nueva Zelandia. Para estos días en que me da por mirar al fondo de mí mismo basta un poco de carne en el hocico de la lujuria. Me falta juventud para vender mi alma. Estoy cansado ya de rascarle a las palabras y esta urgencia de hablarle a mi propio corazón y que me crea.
10 de septiembre de 1971 De La hora y el sitio
|