Un Fantasma De Nubes
Como era la víspera del catorce de julio Hacia las cuatro de la tarde Bajé a la calle para ver a los saltimbanquis Esa gente que hace suertes al aire libre Empieza a ser escasa en París En mi juventud eran tanto más numerosos Casi todos se han marchado a provincia Tomé el bulevar Saint-Germain Y en una placita situada entre Saint-Germain-des-Prés y la estatua de Danton Di con los saltimbanquis La muchedumbre los rodeaba muda y resignada a esperar Me abrí lugar en aquel círculo para verlo todo Pesos formidables Ciudades de Bélgica alzadas a pulso por un obrero ruso de Longwy Pesas negras y vacías que tienen por barra un río congelado Dedos que enrollan un cigarrillo amargo y delicioso como la vida Numerosas alfombras sucias cubren el suelo Alfombras con pliegues indelebles Alfombras que ya son casi color de polvo Y en las que algunas manchas verdes o amarillas Persisten como una tonada que nos persiguiera Imagina al personaje huraño y flaco La ceniza de sus padres le brotaba como barba entrecana Así mostraba toda su herencia en el rostro Parecía soñar con el futuro Mientras maquinalmente tocaba el organillo Cuya lenta voz era un lamento maravilloso Gluglús gallos y gemidos sordos No se movían los saltimbanquis El más viejo llevaba unas mallas de ese oro violáceo que tiñe las mejillas de ciertas muchachas aunque frescas ya cerca de la muerte Ese rosa anida en los pliegues que a menudo rodean sus bocas O cerca de las narices Es el rosa de la traición Aquel hombre llevaba así a cuestas El innoble color de sus pulmones Brazos brazos por todas partes vigilantes El segundo saltimbanqui Sólo iba vestido de su sombra Lo miré largamente Pero su rostro se me escapa Es un hombre sin cabeza Otro más tenía todo el aire de un granuja De un apache en que se aunaran bondad y crápula Con sus pantalones bombachos y sus calcetines con ligas No recordaba acaso al alcahuete a medio ataviarse Cesó la música y hubo negociaciones con el público Céntimo a céntimo fue arrojada la suma de dos francos cincuenta sobre la alfombra En vez de los tres francos que el viejo había fijado como precio de los números En cuanto estuvo claro que nadie daba más Se decidió empezar con la función De debajo del organillo salió un saltimbanqui diminuto vestido de rosa pulmonar Con pieles en tobillos y muñecas Lanzaba gritos cortos Y saludaba apartando amablemente los brazos Con las manos abiertas Con una pierna hacia atrás preparada para la genuflexión Saludó hacia los cuatro puntos cardinales Y cuando caminó sobre una bola Su cuerpo esbelto se transformó en música tan delicada que no hubo espectador a ella insensible Un duendecillo sin ninguna humanidad Pensó cada cual Aquella música de las formas Borraba la del organillo Tocada por el hombre del rostro cubierto de antepasados El pequeño saltambanqui se pavoneaba Tan armoniosamente Que el organillo cesó de tocar Y el organillero escondió el rostro entre las manos Sus dedos se parecían a los descendientes de su destino Fetos minúsculos que le salían de la barba Nuevos gritos de pielroja Música angélica de los árboles Desaparición del niño Los saltimbanquis levantaron a pulso las pesas En juegos malabares Pero cada espectador buscaba ya en sí mismo al niño milagroso Siglo oh siglo de las nubes
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