Carlos Illescas |
Nota introductoria |
Corridos los años, no muchos, la poesía de Carlos Illescas ocupará el sitio de preeminencia que le corresponde. Estudiosos y lectores comunes hallarán en ella, lo anticipamos, un creador investido de muchas cualidades que lo hacen distinguirse sobre quienes favorecen el lugar común disfrazado de verismo lírico y de quienes propician, merced al estruendo de un aparato editorial bien aceitado, el best-seller. Lector de los siglos de oro, de los medievalistas, los románticos y de los más avanzados en lo que toca a contemporaneidad en lengua española, impone el humor o el patetismo (que también es humor, según se le exprima) antes de penetrar la materia y la forma de temáticas ricas en asunto y temperamento, ya como paráfrasis, ya como desplazamiento hacia mutaciones que producen la multiplicación de las cosas con muchos rostros sin perder el propio. Ejercicios (1960) se titula su primer libro. La motivación varia prescribe en su complejidad el tono de cuanto puede decirse de muchas maneras y propiciar caminos al ensayamiento de intenciones y diferencias entrelazadas y bien dispuestas a mostrar la posibilidad de hallar lo inesperado en lo común. Y al revés. Esta conducta a través del tiempo (véase Fragmentos reunidos, 1981), lo ha llevado de un zumbón clasicismo a un temperado vanguardismo y a ver también lo futuro en lo remoto pasado como basamento de toda constante estilística. Sus asuntos en general han preferido el erotismo. La carnalidad suscrita sí es de este mundo y por dicho motivo remonta lo cercano del placer hacia la indagación de la mística. Réquiem del obsceno (1963) surte ejemplificaciones a la carne castigada por la fatiga durante vigilias predecesoras al hecho de tornarse idea, mentalización, salvamento logrado en último instante. Zozobra mi cajón, ¿Descubro un muerto Estos versos, definitorios del acaecer erótico, ponen punto final a Modesta contribución al arte de la fuga, en prensa, según nos informa el autor. Con tales magnificaciones de la “pequeña lujuria”, la poesía de Carlos Illescas es posesión de Quevedo y coto del Arcipreste, en ambos memoria permanente e intemporalidad de la pasión amorosa: sentidos destruyéndose a sí propios y manumitiéndose a sí mismos. Usted es la culpable (1983) y Llama de mí (1985), recogen en sus “arenas tristes” cuando dicta la carne en su desvelo sin desasirse de la realidad, ovario de la muerte. En sus concurridos talleres de creación literaria suele hablar de la deuda contraída con los clásicos españoles de hoy, ayer y el futuro, y de cómo pagarla a fin de evitarnos la persistencia en el yerro de seguir los pasos de los falsos clásicos, todos no mayores que la pizca de azafrán que, como escribió el Arcipreste de Hita, les sirve para colorar su mucha agua. Con encarecimientos persuade a buscar la impronta de Garcilaso en Neruda, por ejemplo, en Carlos Martínez Rivas, Rubén Bonifaz Nuño, Jaime Sabines, y en otros clásicos que al perpetuar las corrientes secretas y manifiestas de la creación todo lo pueden al ser en sí y por sí, ellos mismos, otros tantos siglos de oro. Expresa Illescas a sus fanáticos que los citados son espíritu de una lengua cuya presencia formadora está en todas partes, sobre todo (claro) en la naturaleza y sus cosas, en la sociedad y sus contradicciones y en el sentimiento golpeado por la luz secreta de la secreta melancolía; ¿más bien dolor de mundo a la medida del amor por lo desconocido? Y con Garcilaso, López Velarde, Góngora, Vallejo, Jorge Guillen, Sara de Ibáñez y muchos más también perpetuados por la luz de cuyas sombras se alimenta la creación poética. Y si como esperamos habrá de valorarse la poesía de Carlos Illescas en cercano futuro, lo probable será entonces que las cosas habrán de ser diferentes para sus libros impresos en limitadísimos tirajes. Todos merecen una mayor difusión, todos tienen los méritos suficientes para situar a su autor entre los poetas a quienes no resulta excesivo llamar imprescindibles. |
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CARLOS ILLESCAS (Guatemala 1918-México 1998), considerado como una de las voces más sobresalientes de la lírica guatemalteca contemporánea. Aunque, por razones políticas, Carlos Illescas desarrolló la mayor parte de su obra en suelo mexicano, perteneció por derecho propio a la denominada "Generación del 40" y, dentro de ella, al "Grupo Acento", un colectivo de escritores congregados en torno a la revista homónima, y caracterizados por su rebeldía política y su apertura a los postulados estéticos y los contenidos temáticos procedentes del exterior. Entre estos autores figuran, al lado de Carlos Illescas, otros escritores de la talla de Antonio Brañas, Otto Raúl González, Raúl Leiva y un joven e inquieto Augusto Monterroso.
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Ejercicios (1960)
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A María Elena |
Bajo el sol arde el fruto deleitoso. Es júbilo en la miel y en la corteza; con mano delicada un voluptuoso sabor a luz desnuda cuando empieza a despreciar el sol la lejanía o a la flor que, al arder, con su pavesa incendia el móvil ámbito del día, que clara trompa ensaya en incesante repetir la flamante melodía. El ágil paso corre por delante del amigable trébol, del rocío, del yámbico triscar en el piafante invierno, que sepulta en el estío el fruto ayer henchido, hoy en deceso… mas siempre renovado por el río que en inmortal afluencia vive preso de un largo padecer heraclitano. En lo hondo de su entraña cuaja el hueso: exacta anunciación que da a su arcano la dulce solidez de un mundo ido y el goce deleznable del gusano, que, al socavar del fruto lo vivido entre la justa redondez dorada, hace nacer la vida en lo podrido mientras arde su flor transfigurada. TODO VUELVE Reposan ya los caballos veloces y los jinetes taciturnos arden bajo los sauces. El aguijón persiste como el ramo amoroso bajo el río. Sonámbulos hipocampos agitados como una larga cabellera aquella suma de párpados que doman a las mariposas del mármol sumergido. Amo como el sol la yerba ama; locura en el trazo olvidado bajo el muro mientras arden las ovejas auditivas tornadas al oído de mi mano. LA ROSA BIEN TEMPERADA (fragmento) De pechos al balcón de la quimera el seno muestra, su hipocampo en bruto; sedicioso escorpión imaginado en el año que tensa su minuto; ilusión de las horas, de la fiera reducida de tiempo demorado a tan precario estado que es cuerda su locura como ociosa premura es la de Aquiles, fijo en los sentidos, que pasa dando mundo repetidos (sin otro afán que enajenar la fuga) en sus pies detenidos, tras la rauda quietud de la tortuga. |
Réquiem del obsceno (1963)
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Los cuadernos de Marsias (1973)
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Como el espejo loco Por tu hermosura Soplacañas Muerta la sombra Podría referir Cuando tu Marsias Lo único bueno En la faz Salve señor Quién Atento a tu consejo Desde el brebaje Os esté claro Si quieres Llamadme con razón |
Como el espejo loco |
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El mar es una llaga (1979)
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Mil hombres de granito son las nubes. Con fauces de explosión preguntan: “¿Dónde está tu patria ayer colmena?” Me contemplas mirarme en un espejo cómo gimo el amor de los forzados sin mostrarme los hornos amorosos donde cociste mis primeros huesos. Llueves a lágrimas. Del pecho sacan ellos otras lluvias rayos de cobre, los harapos de torturados indios: testamentos dictados por la selva, la jauría de sucios lagos rotos en láminas temibles mientras cae la noche en el jergón de antiguos vaticinios. —¿Quiénes serán? —Por ti preguntan dulce amor mío, incontenibles. ¿Quién puede penetrar sus rostros mediando el fuego líquido o preguntar sus nombres tras los hierros de la lluvia? ¿Nahuales son, queridos muertos sobre panales desecados, ellos, lluvia de sangre que te impide reconocer tu propio rostro en sombras? Arrebato el corazón al cataclismo de un vaso de [aguardiente y profeso palabras amorosas y cometas de júbilo, la cauda del cielo echado en el regazo del día limpio de crímenes, soñador de caballos de dulce sombra. Perla de fluidez increíble es el oído en el solar, los niños son la arena, la devoción de los pasos hallados; los girasoles modifican la ferocidad de las rejas prendidos sobre cartones humillados por el polen de un abrillantado verano. Chorrea el día. Cae farfullando conmigo ininteligibles disculpas a las damas, el agua corona de la fuente. Escalas invisibles, ¿yo? ¿Acaso tú, bella visión de rasgados ojos en estuario? Siento bajo mis palmas el zigzaguear de la risa, viajero extrovertido en un ferrocarril de pureza, imitar la tierra del mundo, los dientes del jabato aún sumido en su oscuridad de primera telaraña. El fondo y la superficie. Lascas de colores en el vaso de generoso efluvio mientras rompen los rayos de un [pañuelo. He vuelto a sonreír junto a los molinos vigorosos, las manos en alto, ruinoso de alegría. Los ojos vidriosos en el fondo de otros ojos, cíclica, desmesuradamente. Dime, ¿Soy yo, que he vuelto a beber como en los tiempos heroicos? Dímelo, dando un puntapié en las puertas de la [muerte. ¿Será tu pie la huella donde mi sombra yazga y féretro con sangre donde ella resucite? Países incansables labraron huellas blancas bajo mis plantas torpes —ahí aprendía a morir el pan de cada día. Coloquios para el vino deciden el sendero que pierdes en mi espíritu y exhumas en mi carne. Tus pies son la ebriedad soporte de mi exilio, barquillas de esperanza en mares trastornados. Negras gavillas urde la espuma de tu noche; ¿de mí conoce el cese que sumas a tu huella? ¿Habrá posado aprisa el hacha de la guerra su lengua sobre el tajo tuerto de la luna de un toro degollado al sol de medianoche? ¿Quién la reencarnación dilata de la ira, al infortunio impone un astro o su diamante —mientras habla— desnace en las rocas nocturnas, a la vista del padre de los fusilados? Como gota de siglo impresa en una llama de las mutilaciones radie su ceguera; sin omitir dolencia atice las heridas y recuerde mujeres con carbunclos rojos, ardientes dinastías de cenizas, briosos lagos sus pechos, mano cálida el cencerro de la misericordia por el sol bruñido. Roído de humildad en muerte cruda apenas obtenida, al albear cerrada la descarga. ¿Con cuántos cristos acompañará sus gajos, durante la consumación de helados pies, sobre la yerba? En torno al agujero el hielo jadeará; Hijo y cripta partirán la tierra donde el futuro husmee su destino; porque nada se pudre bajo el cielo enfermo —torna combate el hacha hendida a muerte sobre el mundo. Inscribo esta pereza con la intención de que un lagarto invada el alma de las cosas, espante a mis vecinos, los escuadrones de suicidas que se disponen a recibir alborozados el incierto año tres mil y tantos. |
Manual de simios y otros poemas (1977)
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No resulta fácil morirse Polvo enamorado No resulta fácil morirse |
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Fragmentos reunidos (1981)
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Más allá el eco impertinente Letra Codicilo de Néstor Pantomima de Orfeo Cuestiones de esperanto Vihuela de Unamuno Laúd enfermo Pregunto por Francesca Sectaria Aquí, su antiguo ministerio Epitafio III |
Más allá el eco impertinente |
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Usted es la culpable (1983)
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Usted es la culpable |
I Estos versos sus noches sin consuelo llevan la vida de la muerte implícita son movimiento hueso abstracto y tienen un origen Usted por quien pregunto inútilmente en la taberna del olvido V Amanecer sin mácula obsérvese Usted misma en estas líneas humildes, saturadas de cordura. Cuente bajo sus aguas días, lunas en el jarrón del año, sublimación de los dibujos que narran beso a beso la tortura que Usted le infiere a un caballo ciego, abandonados sus heniles a las llamas. VI Usted es la culpable. Lo sabe el aire origen de mis versos. Deudos son de las horas ateridas las noches recontadas por los cristos ululantes echados a su puerta en espera, ya sarna sus desvelos, del pan inexorable que nunca nunca cae de sus labios. VII La palabra amor, cuantas veces apacentaba sus rebaños en mis ríos, Usted, pastora de sus transparencias, alongaba las horas del paisaje. Todo el crepúsculo era suyo. Más de un agonizante detuvo el curso de su fuga al esperar la sombra generosa de larga noche cómplice, que Usted había demorado. IX Otros ríos vendrían a mi puerta a llamar con nudillos apremiantes en busca apasionada del joven Garcilaso petrarquista. Vida es alma trascendiendo el largo duelo de su noche. Su imagen a mi imagen, las aguas; lágrimas que llevan en su curso palabras tan culpables como el silencio en llamas de los llorosos ríos delincuentes. X Obsérvese la piel, tatuajes son rosas sublimadas, veneno de palomas tristes en sus poros con dulce vehemencia; licores extraídos a la aurora, bébalos. Son palabras con amor. Usted amablemente las produjo. Usted y sólo Usted es la culpable Salid sin duelo, lágrimas corriendo. |
Modesta contribución al are de la fuga (1988)
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A mis soledades viene revelando voces, Bach. ¿Tumba y eco su carcaj? ¿Flecha sin sendero obtiene la agonía que conviene al sueño?, pues hoy, en cuanto lanza el dardo me levanto a velar en las edades Bach. Y así, a mis soledades voy, herido por su canto. Cumplir los ochenta en primavera significa, árbol, muchos bosques. En uno, la estación prolonga tallados dáctilos, jubilares, del diamante a tiempo; en dos, años amaestran semillas fidedignas —hieren con sordas, advenedizas lluvias, ramas alevosas porque cantan con fluctuante celo otras venturas; si tres, espacios y laderas promueven surcos, tantos como araños infiérase la tierra adormecida. Son ochenta esqueletos, cien mujeres crucificadas, tres mil sistemas de licor bajo locura; tú, hijo pródigo, siempre a punto de volar la santabárbara. Muchos números, excesiva humanidad; dolo y fracaso, mas también el rojo pueblo ardido sobre fiebre de los júbilos. Cumplirlos significa sacar de su casa, a mediodía, la doncella, reconciliarla con fojas numerarias en tanto los luceros fruncen labio y rostro; labrar en su torre otras veletas, asistir sus vueltas dilatadas sobre comas pálidas si decimos cuántos asesinos esperan ver saltar sus manos sobre tierra en busca del muñón por quien suspiran. Durante cuántas horas perdidas hallarás el círculo trazado sobre el polvo, su invención. Silencio dirigido a nunca, sobre el vuelo; postulante tregua amedrentada de paciencia. Sí, será hacia el fin de tu partida balbuciente descanso. Comparece el alma de la cosa en toda cosa más bien imaginada hacia los términos artificiales. Es el círculo. Aquí, al medio, la mujer seguida de sus hijos; allá, el copón en manos de bisoños sacerdotes. A la distancia el disidente cabro grita manifiestos contra el orden; más allá, lágrimas y huellas, volantes y corpiño, suspiro y tolondrina. Todo junto. Bordes de la línea ecuatorial: sitio al hemisferio. Hago soñar lo que me sueña; aire el recuerdo aún transido de mis bestiales damas. Tiempos musicados en las varillas de fresno. Redondez despierta por el suelo. Alza sus constantes, visión fugaz a lo existente en cuanto quieres tú, amor, que yo tu agonizante, exista. Podría escribirse, chopinianos, la más pulida oda que durase al ser leída el orbe de un minuto. Nada más allá del pubis de Cibeles ni tampoco más acá del puño de Rodin. Minuto de hirvientes acueductos: gota de tiempo sobre mar abierta al canto trasegado donde el hombre nace y muere en un instante, el mismo en que muere y nace un Dios de tierra. Como veis ejecutantes de oficleidos genitales, el minuto amante de la oda se ha cumplido. Nada, ni Cibeles ni Rodanes faltan al rayo del espasmo. Contad uno a uno los inviernos y veréis que el parto de la oda prometida se ha cumplido. ¿Descubro o sólo invento? Nadie cabe en su cajón, ni nadie al fin comprende al revelarse en polvo, quién defiende a quién. ¿La vela al mar? ¿Al mar la nave? Pez la vigilia, en agua turbia es clave si a nado insomne da sentido. ¿Aprende sabias lecciones de su asfixia? ¿Entiende a recordar, al fin, cuanto no sabe? Nadie descubre lo que inventa, cierto; pero alguien en su mar es red, suicida en pensamiento. Vela de su plagio. Zozobra mi cajón. ¿Descubro un muerto ya revelado el polvo de la vida, o el pez inventa al mar en el naufragio? |
Al gran poeta Luis Cernuda, en su tumba, en ocasión del xv aniversario de su muerte* |
Marsias, ya desollado, confió su canto al viento.
De las ramas de un abedul, dicen, cuelga su piel. La flauta que sus labios oprimieron, madre de la música, yace hoy en el barro; pero su voz se perpetúa hasta imponer en la soberbia del día apolíneo el melancólico acento de las noches serenas. Marsias no cesa en su martirio. Él es la poesía en llamas, en llanto, en vida. Tú lo supiste. Desde siempre escuchaste el canto del desposeído aldeano. El son de su instrumento acompañó tus pasos y por ello, tú también como Marsias, desafiaste las iras del soberbio dios a quien venciste. Mas si acaso no acertara a decir toda la verdad, exijo que las veces cuyo canto tú mismo has detenido, canten entonces hasta sepultar al viento, al abedul: flauta y piel sangrante para que tú, soñador perpetuo de la muerte viva, animes tus huesos, y vuelvas a nosotros a recordarnos que el hombre, el pobre hombre, es festín favorito de los dioses. |
* Poema no coleccionado, Los Universitarios, noviembre de 1983. |