Tan sólo bastaría que la noche pisara los acérrimos jacintos, las bestias del perfume vaticinaran por tu boca cómo la soledad es un espejo de la podredumbre verbal. Tan sólo bastarían tus palabras para guardar el trono del obsceno. Vuelvo a morir después de tanto tiempo de andar vivo. ¡Resucítame, valerosa! Pasa tus dedos por mi frente y di: “¡Eyacula!” Entonces empezó la tierra a sacudirse. Mas nosotros seguimos caminando el camino de la reconstrucción. La minuciosa obra terminada, aún la tierra se movía. Entonces, encubiertas las vergüenzas, huimos a no recuerdo dónde. Como el gato negro es la soledad que yo acaricio en las rodillas; se parece a ti, que también en mis rodillas, desperezas la pequeña lujuria. Indescifrables eslabones de diamantes arman los muros, engarces de granito entraban su porfiada resistencia pero no más que la animosidad con que tú, lujuriosa, reclamas mis jugos secretos traspuesta la pared de la fatiga. Si tú realmente me quisieras y no tan sólo pena produjeran a tus ojos mis llagas, nunca más volverías a vestirte. Ya no valdrá jamás ¡Dios mío!, buscar la música en las piedras expósitas: los ríos roen el tiempo deslavándolo. Sus palabras son cínicas y sordas. Pero nunca más que la contrición interminable del obsceno. ¿Has visto al marzo doblegar al hierro, rojo de orgullo aún, sobre los yunques? ¿Has visto cómo a golpes lo reduce a límites de forma, embriagado de líneas mientras hace la dócil rigidez su juego de ornamentaciones? Mis serafines y ángeles, dulcísima, sólo aspiran a ser el hierro que tu fragua enrojezca. ¿Que aprisionas a Diógenes entre las piernas —dices? Yo no lo creo; tú no buscas uno sino una legión de hombres que aviven la voracidad de tu linterna. Es que no soy lo que soy, lo que aparento. Sólo un olor me identifica. Yo soy apenas la ficción nocturna de tu sexo que me piensa. En ti miran al cómplice de sus nocturnas fechorías: el ladrón cifra en ti sus asechanzas, también sugieres la emboscada al áptero soplón y al asesino. ¿Algún día el amor que te profeso podrá cambiar tus aficiones de Santa Juana de las cloacas? Buenos días, señor. Amante trébol, apacible toro, buenos días. Decías “buenos días”, mas ya no te escuchaba. Andaba en el rebaño de las cosas alzándole las faldas a la muerte.
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