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Ejercicios (1960)
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A María Elena |
Bajo el sol arde el fruto deleitoso. Es júbilo en la miel y en la corteza; con mano delicada un voluptuoso sabor a luz desnuda cuando empieza a despreciar el sol la lejanía o a la flor que, al arder, con su pavesa incendia el móvil ámbito del día, que clara trompa ensaya en incesante repetir la flamante melodía. El ágil paso corre por delante del amigable trébol, del rocío, del yámbico triscar en el piafante invierno, que sepulta en el estío el fruto ayer henchido, hoy en deceso… mas siempre renovado por el río que en inmortal afluencia vive preso de un largo padecer heraclitano. En lo hondo de su entraña cuaja el hueso: exacta anunciación que da a su arcano la dulce solidez de un mundo ido y el goce deleznable del gusano, que, al socavar del fruto lo vivido entre la justa redondez dorada, hace nacer la vida en lo podrido mientras arde su flor transfigurada. TODO VUELVE Reposan ya los caballos veloces y los jinetes taciturnos arden bajo los sauces. El aguijón persiste como el ramo amoroso bajo el río. Sonámbulos hipocampos agitados como una larga cabellera aquella suma de párpados que doman a las mariposas del mármol sumergido. Amo como el sol la yerba ama; locura en el trazo olvidado bajo el muro mientras arden las ovejas auditivas tornadas al oído de mi mano. LA ROSA BIEN TEMPERADA (fragmento) De pechos al balcón de la quimera el seno muestra, su hipocampo en bruto; sedicioso escorpión imaginado en el año que tensa su minuto; ilusión de las horas, de la fiera reducida de tiempo demorado a tan precario estado que es cuerda su locura como ociosa premura es la de Aquiles, fijo en los sentidos, que pasa dando mundo repetidos (sin otro afán que enajenar la fuga) en sus pies detenidos, tras la rauda quietud de la tortuga. |