Como el espejo loco sus imágenes transforma en humo —esfera y eco. Canto a la embriaguez tras el demonio azul—, tu música implacable al entonarla en flauta afónica tu Marsias, más aún que a himno sonó a réquiem; porque bañada en sangre por los puercos, echada en el camastro referiste quién fue de los devotos pretendientes el más experto buscador de trufas, antes de acuchillarlo por el hígado.
Por tu hermosura
Por tu hermosura, senos míos, el ojo sano de su madre tu viejo Marsias jugaría. Hay más aún. Tomaría un baño.
Soplacañas
Soplacañas decían a tu perro quizás por ofenderlo, los estultos censores de su sueño. ¿Acaso no sabían que ladraba, incandescente el humo de sus cirios, padres nuestros cabrunos a sus tías, jabones de alcanfor con yerba loca a sus madres de lenguas coruscantes, hermanas de armazón tamborilera, cuñadas viperinas, sobrinas desfondadas de pechos sobreactuados, sin desdeñar de sus abuelas helados, magros besos, productos lácteos del gusano perpetuado en el queso amante de la muerte?
Muerta la sombra
Muerta la sombra del cautivo. Su vieja flor de río. Incinerados sus glissandi de gallo apenas cáncer, vendrás con agorero cesto a rescatar doliente, amor, el corazón de Marsias del muladar secreto donde un aciago día lo olvidaste. Estricta en los detalles, lo cambiarás de cloaca.
Podría referir
Podría referir, si lo pidieras, el cuento menos farragoso de la lechuza herida bajo el ala, o el cuento del sujeto que comía hierbas humanas en un prado más río que domingo siete; acaso el memorioso apólogo del nardo desterrado en una ingle de madera, el robot del sueño, el vino embrutecido, la desazón del agua y sus moléculas. Si lo exigieras amor mío, tu Marsias obediente vomitaría el cuervo que confiaste anoche a su garganta, como una negra nieve de los resentimientos.
Cuando tu Marsias
Cuando tu Marsias, deslumbrado, miró en nevadas cumbres los bellos, satinados senos de nana poesía, abandonó el triclinio del festín, rompió sus rimas y como antaño, infante, volvió a gatear.
Lo único bueno
Lo único bueno que hay en mí es ser un mal poeta. ¿Qué insidioso forúnculo en mal sueño turbó la mente de mi madre en el instante que caí en su vientre? ¿Cuál sapo acariciaste tumba mía antes de croar en un cerrojo lirio mi corazón zapato? Sin embargo, en las noches más secretas pongo en orden mi flauta lamentable esperando vencer al mismo Apolo. Si no triunfara, mi pelleja valdría por lo menos un asado de liebre en tu cumpleaños.
En la faz
En la faz del cielo esplende, sobre todas, tu estrella preferida. ¿Señor, esperas redimirme con luces ilusorias, halagándome? Más que necias antorchas necesito el cielo alcohólico de un vaso, donde brillen sapientes veronales, ninfas exactas a mi flauta, en cuyo son solar enhebren las agrias lunas de su danza. Dirásme, pues, si todavía aguardas —amante ciego en tu locura— tallar en mi persona como en mármol melancólico, un ángel de boñiga.
Salve Señor
Salve Señor de la Armonía. Si en efecto me llamas a tu diestra en el cielo que un día prometísteme, iré con una condición tan sólo: ceba a tus vírgenes.
Quién
¿Quién como yo ha cenado sesos de lirio, ancas de rosa?
Atento a tu consejo
Atento a tu consejo, Boca mía, por la abertura del buzón que mira a mitad de la calle de su casa, tu Marsias, obediente, se orinó. Después, del fondo de la tumba humor a rosas muertas se escapaba, a frases tristes que el amor vomita en su agonía gástrica, premioso.
Desde el brebaje
Desde el brebaje del eclipse supe, que al fabricante de embutidos a precio razonable venderías los despojos restantes de tu Marsias. Qué interés se te sigue al destinarme, sin freno de ganancia ni medida, a la triste pavana de recoletas damas onanistas? ¿O solamente son homófagas? ¿O ejercen ambos ministerios?
Os esté claro
Os esté claro falsos euménides, coéforas llorones, así acosara el hambre a Marsias segundos, siglos y milenios, él nunca comería carne humana, mas sí la pulpa sonrosada de truchas, liebres y venados, mejor si olisca ya y con gusanos. En su alto ministerio considera, gorgonas pudibundos: siempre será de mal agüero embaularse uno a quien desprecia. Qué falta de lealtad al odio.
Si quieres
Si quieres seducir la virgo: mientras orinas forma sobre el piso un corazón y una paloma. Mas si en lugar de la paloma hubiera de salir un estornino, la madre de la virgen será la seducida. O ambas.
Llamadme con razón
Llamadme con razón, ¡oh poetas!, doctor angélico de ripios si a corto plazo no viniere a revelaros la palabra que rima a perfección con sangre. En caso no cumpliera, os reto a desollarme el alma.
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