No resulta fácil morirse en nuestros países sobrecargados de paisaje el hambre suele aniquilar poco a poco pero sus zarpazos se producen con mesura. La enfermedad sólo en contados casos es medio seguro pero no siempre sabes pero no siempre porque suele prolongarse a veces sabes y entonces gastas más en médicos que en comida El mejor medio para matar el hambre de manera como ves morir no es fácil
Polvo enamorado
Llamó a la puerta un día, el mar. Sedujo, entre las olas solo, la agonía. Llamó a mi puerta solo el mar un día; pero entendí la noche que produjo. Entre las altas ondas me condujo, llamas de sombra, su melancolía; y aquella blanca nave sólo mía, a ser ajena noche se redujo. Hoy que lo entiendes, dime amor cuál río, camino en movimiento, es quien me nombra en olas tristes que tu arena apura. Responde con pasión al labio mío antes que al río el mar un día, sombra conceda. Y a tus ondas sepultura. Después del sueño, el sueño. Acrece un punto el universo demencial. Urgencia de un invisible dardo: su impaciencia, su camino, su blanco, su conjunto. El juego de vivir es otro asunto, más rata, más amor, más penitencia sin universo y dardo, sin demencia, más al fondo, ay, de un íntimo difunto. ¿Y antes del sueño cuál —decid— cauterio de hielo prenatal escalda el día, su espejo, su calvicie, sus desiertos? La respuesta descubre un cementerio más hueso enamorado que agonía de los sueños que sueñan a sus muertos. Razona el fuego. En rojo ramo ofrece, huraño, flores a la sombra. Vela, en barca trascendido, flota, vuela. Pulsa el fulgor del mar donde se cuece. Luego es cenizas, llaga. Desmerece, bocas sin fin, sus flores. Le desvela un sueño en otra sombra; se congela, luz sin llama en el labio que estremece. Es sin embargo, amor, más decidido infierno, porque a un beso moribundo, un cálido estertor al mar indaga; y en su fondo epitafia, trascendido, otra llama, otra boca y otro mundo, en sueño, en ascua, en mar, en beso, en llaga. Con golpes de ceniza me reprendo. Yo soy la llaga. Azote mi letargo. Vuelvo a la vida, creo; sin embargo, el pan que como a mí me está comiendo. De un horno alucinado me trasciendo. Las ascuas lamo. Soy su perro amargo. Y mientras gruño, sobre el hombro cargo la llaga del mendrugo en que me enciendo. Vuelvo a la vida, creo. Miro en torno a Cristo calcinado. La locura del pan sin lengua. El can en ascua y grito. Su hueso enfermo. La fealdad del horno. El muslo de la virgen levadura. La puta muerte, su hambre. Su infinito.
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