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Modesta contribución al are de la fuga (1988)
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A mis soledades viene revelando voces, Bach. ¿Tumba y eco su carcaj? ¿Flecha sin sendero obtiene la agonía que conviene al sueño?, pues hoy, en cuanto lanza el dardo me levanto a velar en las edades Bach. Y así, a mis soledades voy, herido por su canto. Cumplir los ochenta en primavera significa, árbol, muchos bosques. En uno, la estación prolonga tallados dáctilos, jubilares, del diamante a tiempo; en dos, años amaestran semillas fidedignas —hieren con sordas, advenedizas lluvias, ramas alevosas porque cantan con fluctuante celo otras venturas; si tres, espacios y laderas promueven surcos, tantos como araños infiérase la tierra adormecida. Son ochenta esqueletos, cien mujeres crucificadas, tres mil sistemas de licor bajo locura; tú, hijo pródigo, siempre a punto de volar la santabárbara. Muchos números, excesiva humanidad; dolo y fracaso, mas también el rojo pueblo ardido sobre fiebre de los júbilos. Cumplirlos significa sacar de su casa, a mediodía, la doncella, reconciliarla con fojas numerarias en tanto los luceros fruncen labio y rostro; labrar en su torre otras veletas, asistir sus vueltas dilatadas sobre comas pálidas si decimos cuántos asesinos esperan ver saltar sus manos sobre tierra en busca del muñón por quien suspiran. Durante cuántas horas perdidas hallarás el círculo trazado sobre el polvo, su invención. Silencio dirigido a nunca, sobre el vuelo; postulante tregua amedrentada de paciencia. Sí, será hacia el fin de tu partida balbuciente descanso. Comparece el alma de la cosa en toda cosa más bien imaginada hacia los términos artificiales. Es el círculo. Aquí, al medio, la mujer seguida de sus hijos; allá, el copón en manos de bisoños sacerdotes. A la distancia el disidente cabro grita manifiestos contra el orden; más allá, lágrimas y huellas, volantes y corpiño, suspiro y tolondrina. Todo junto. Bordes de la línea ecuatorial: sitio al hemisferio. Hago soñar lo que me sueña; aire el recuerdo aún transido de mis bestiales damas. Tiempos musicados en las varillas de fresno. Redondez despierta por el suelo. Alza sus constantes, visión fugaz a lo existente en cuanto quieres tú, amor, que yo tu agonizante, exista. Podría escribirse, chopinianos, la más pulida oda que durase al ser leída el orbe de un minuto. Nada más allá del pubis de Cibeles ni tampoco más acá del puño de Rodin. Minuto de hirvientes acueductos: gota de tiempo sobre mar abierta al canto trasegado donde el hombre nace y muere en un instante, el mismo en que muere y nace un Dios de tierra. Como veis ejecutantes de oficleidos genitales, el minuto amante de la oda se ha cumplido. Nada, ni Cibeles ni Rodanes faltan al rayo del espasmo. Contad uno a uno los inviernos y veréis que el parto de la oda prometida se ha cumplido. ¿Descubro o sólo invento? Nadie cabe en su cajón, ni nadie al fin comprende al revelarse en polvo, quién defiende a quién. ¿La vela al mar? ¿Al mar la nave? Pez la vigilia, en agua turbia es clave si a nado insomne da sentido. ¿Aprende sabias lecciones de su asfixia? ¿Entiende a recordar, al fin, cuanto no sabe? Nadie descubre lo que inventa, cierto; pero alguien en su mar es red, suicida en pensamiento. Vela de su plagio. Zozobra mi cajón. ¿Descubro un muerto ya revelado el polvo de la vida, o el pez inventa al mar en el naufragio? |