Elegía por Salvador Martínez Estrada
A Humberto Aguilar Cortés
1 La muerte ha tocado con su dedo de amonio la generosa estructura del amigo, un implacable objeto destronó su cráneo. Y puedo ahora caminar, ya no protesto; ¿contra qué, contra quién? No me parece justo, es cierto, porque vivir es una lucha espantosa en contra tuya, aire de arena que intentas ahogar mi corazón. Sobre nosotros ahora vuela un ruiseñor sin lengua que acuchilla el silencio hasta sangrarlo y ya la muerte adquiere un rostro, un nombre, un apellido y viene a visitarme con la súbita cara que conozco, que he visto, desconsoladamente he visto. 2 Si diariamente quiero algo, si minuto a minuto, construyo un pequeño esqueleto de amor y aire en mi epidermis muerta para que exista algún pequeño objeto que me sobreviva; si cada hora, amargo hasta el cansancio, me edifico en memorias siniestras, ¿por qué llega este blando viento a demolerme? El día que supe de tu muerte no pude ni dormir ni emborracharme. Amé, con mayor fuerza, los eucaliptos derrumbados, sus escapadas vísceras, sus astillas sangrantes que pisaba el sol, crujiendo a nuestros pies. Pensé junto contigo trabajar, recuerdo que bebimos en el lomo del cerro; pero tembló, en tu cabeza golpeó desamparado un puño de diamante y tus vértebras se esparcieron por la acequia. Ya no, desde hoy, me consideré a salvo. 3 Te veo como si fueras el brazo que mutila la pantera. He pensado en todo lo que hubiéramos hecho la semana siguiente. Pude haber sido yo. Nunca he visto otra cara de la muerte tan semejante a la mía. Quiero callar, pero viene una orquídea con su cáncer al aire, escucho la combustión de las garrapatas cuando las tienta el nitrógeno y pongo sobre tu cuerpo estas piedras sin nombre, para que sobre ti florezcan torres de granito, pájaros que canten para que no los oigas. Y todo será, pienso, una lucha contra el polvo, el hueso descarnado y los gusanos que vestiste. 4 No quiero protestar, no puedo. Así fue, así será. Dichoso el árbol. Pero saber a dónde vamos, oscurecer los ojos porque sabemos que de nada venimos, porque de todo adquiero mi linaje, persigo una luciérnaga; porque de todos modos engendro carne, como tú, para la muerte, gozo y equilibrio de vivir quebrándose en las rocas y luces epiteliales que obstruyen a la muerte para darme capacidad de amar y de vivir feliz en la total desesperanza.
|