El mono de bronce
(Homenaje a Darwin)
A Uriel Aréchiga La corteza terrestre es un inmenso museo. El origen de las especies
Sentado sobre unos libros enormes, casi diría que pensando –tiene en la pata derecha un compás–, el mono de bronce observa el cráneo de un hombre. ¿Así seré yo? ¿Tanto trabajo para producir una obra tan frágil? “Cada uno de nosotros empezó por ser, también, una célula. Toda la información, todo el programa de lo que seríamos, estaba encerrado ahí, en esos cromosomas.” Tu nariz, la forma de tu brazo y la cóncava estructura de tu espalda. Cada una de tus pestañas y tu sexo. Aun así, nadie posee sus miembros y su vida sino porque los quiere: el animal no puede mutilarse ni darse muerte. Pero hablemos en serio: el mono orina frente a todo el mundo, contra el viento, y lo podemos encerrar en un zoológico, no entiende música, su cola es prensil, no fabrica herramientas, no habla, no escribe, no hace habitaciones con claros de 50 por 27, ni fantásticas torres de 700 metros de altura. Pero sí guturales sonidos metafísicos, “Todos los seres vivos están formados por sustancias químicas de idéntica naturaleza, compuestas de carbono, anillos y cadenas.” Una espiral y un ácido me permiten pensar; la estructura molecular básica ha intervenido en dar un ángulo especial a tus ojos y a tu cuello. En tu lengua hay minerales que buscan identificarse con los míos. Te invento: sumamos un organismo inseparable. ¿Sabías que en los meteoritos hay fósiles y que nosotros, seres vivos, comemos luz? El mono come hierbas. Nosotros carne, hierbas e insectos. Claro, por favor, nosotros cocinamos la comida. Atrapamos langostas y las bañamos en salsa Thermidor. (Aunque hay hombres que comen tierra porque tienen hambre de hierro.) Nosotros doramos faisanes en el horno y dicen que los romanos comían lenguas de colibrí, tal vez para aclarar sus voces en el circo, cuando daban órdenes mortales. “Hay, ya se sabe, una evolución química, anterior a la evolución orgánica, pues también los filamentos en espiral generan objetos semejantes a ellos. La glicerina puede dar a luz cristales, que se autorreproducen y el fuego tiene una morfología específica, metabolismo, oxida materiales orgánicos, degrada energía química a térmica, crece y decrece y se reproduce y muere.” Lo mismo que nosotros: mi calor te contagia, te abrasa y contamina. De una de las ramas biológicas más recientes, por un azar, aparecieron los mamíferos superiores, los antropoides y el hombre mismo. Señores, el mono es simplemente, llanamente, limpiamente animal. Nosotros, en cambio, estamos manchados. Seres híbridos de naturaleza y razón, sexo y palabras. Cuando muramos, amor, nos degradaremos químicamente, por oxidación. O seremos quemados, o tal vez devorados por animales necrófagos. Quizá nos atrape la turba, o nos conservemos en hielo para ser masticados por los perros hambrientos del futuro medievo. Tal vez se dé una mineralización progresiva de nuestra carne. Bebamos, pues. Recuerda, mujer, que pasaremos: sombras sólo de un ave en el agua enlodada.
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