Por negras calles blancas madres se alargan convulsas, como bajo luz de lápida, llorando por aquellos que gritaron sobre el enemigo vencido: "¡Ay, cierren, cierren los ojos de los periódicos!" Carta. ¡Mamá, más alto! Humo. Humo. ¡Humo aún! ¿Qué me murmura, mamá? Vea ¡todo el aire está inundado por las piedras arrancadas por la metralla! ¡Ma-má-a-á! Ahora arrastraron al crepúsculo herido Aguantó mucho, romo, rugoso, y de pronto— vencidos sus poderosos hombros— rompió en llanto, el pobre, en brazos de Varsovia. Las estrellas con sus pañuelos de algodón azul berreaban: "¡Muerto, querido, querido mío!" Y el ojo de la luna nueva miraba espantado el puño muerto con los cartuchos vacíos. Corrieron a ver los pueblos lituanos cómo, besando los trenzados barrotes, con lágrimas de los dorados ojos de las iglesias, los dedos de las calles fracturaba Kovna. Y el crepúsculo gritaba, sin piernas, sin brazos: ¡No es verdad, yo puedo aún, eh: Agarrando el ritmo de la ardiente mazurca puedo desternillarme mi pardo bigote! Campana. ¿Qué mamá? Blanca, blanca como bajo luz de lápida, ¡Déjelo! Acerca de él, del muerto, un telegrama. "¡Ay, cierren, cierren los ojos de los periódicos!"
|