Batían los cascos como si cantaran: grip grab grop grup. De viento borracha, de hielo calzada, la calle resbalaba. Un caballo sobre la escarcha se estrelló y de pronto un ocioso tras otro, de los que los pantalones bien hechos presumen en la [Kuznetski, se arremolinaron. La risa. —¡Un caballo se ha caído! —¡Se ha caído un caballo! La Kuznetski reía. Sólo yo mi voz no unía a su alarido. Me acerqué y vi los ojos del caballo. La calle fluía a su modo... Me acerqué y vi gota a gota por el belfo deslizarse, escondiéndose en la crin. Y alguna punzante animal melancolía salpicando brotó de mí y se extendió en un rumor. "Caballo, no importa. Caballo, escuche. ¿Es que piensa que usted es peor que ellos? Chiquillo, todos nosotros somos un poco caballos. Cada uno de nosotros es a su manera caballo." Quizá era viejo y no necesitaba una nana. Quizá mi idea le pareció trivial. Simplemente el caballo corrió. Se paró sobre las patas, relinchó y se fue. La cola mecía. Pelirrojo bebé. Llegó alegre, se detuvo en el establo. Y le pareció que era un semental y valía la pena vivir y trabajar valía la pena.
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