Oh patria mía, miro los muros y arcos y columnas, y bustos, y las yermas torres de nuestros padres; mas su gloria no miro, 5 no miro el lauro y hierro que portaban los antiguos ancestros. Ahora inerme, nuda la frente y nudo el pecho muestras. ¡Oh, mas cuántas heridas! ¡Qué lividez, qué llagas! ¡Cuál te veo 10 hermosísima dueña! Y clamo al cielo y al mundo: hablad, decidme: ¿Quién la redujo a tal? Y peor es esto, que encadenados ambos brazos lleva; y, sueltas las guedejas y sin velo, 15 yace sentada en tierra y sin consuelo; y, abandonado el rostro en el regazo, llora. Llora, bien has razón, Italia mía, para vencer nacida 20 en la fortuna fausta, y en la rea. Si fueran tus dos ojos fuentes vivas, nunca pudiera el llanto igualar a tu daño y a tu escarnio; 25 pues fuiste dueña, y eres pobre sierva. ¿Quién de ti habla o escribe, que, remembrando tu pasada gloria, no diga: grande fue, ya no es aquélla? ¿por qué, por qué? ¿Do está la fuerza antigua, 30 las armas, y el valor y la constancia? ¿Quién te quitó el acero? ¿Qué traidor? ¿Cuál arte o cuál fatiga o cuál potestad tanto valió que el áureo manto te arrancara? 35 ¿Cómo caíste o cuándo de tanta alteza en un lugar tan bajo? ¿Nadie pugna por ti? ¿No te defienden los tuyos? Dadme un arma aquí: yo solo combatiré, sucumbiré yo solo. 40 Dame, oh cielo, que fuego a los ítalos pechos sea mi sangre. ¿Tus hijos dónde están? Oigo son de armas y de carros, y voces y timbales: 45 en ajenas regiones pugnan tus propios hijos. Escucha, Italia, escucha. Veo, paréceme, un olear de tropas y caballos, y humo y polvo, y relucir de espadas 50 como entre niebla lampos. ¿No te alegras? ¿Y tus trémulas luces volver no quieres al dudoso evento? ¿A qué pugna en aquellos campos tu juventud? ¡Oh santos númenes! 55 Pugnan por otra tierra sus aceros.1 Ay desdichado el que en la guerra es muerto, no por los lares patrios y la pía consorte y caros hijos, mas por los enemigos 60 de otra gente, y no dirá muriendo: alma tierra nativa, la vida que me diste aquí te ofrendo. ¡Oh venturosas, caras y benditas 65 las antiguas edades, que a morir por la patria corrían las escuadras; tú siempre glorioso y siempre honrado 70 oh tesálico puerto,2 do menos fuerte asaz Persia y el hado fue que un puñado de almas generosas! Creo que la hierba, y piedras, y las ondas, y aun vuestras montañas, al viajero 75 con indistinta voz narren el modo como aquella playa cubrieron los invictos cuerpos de los que a Grecia eran devotos. Luego, vil y feroz, 80 Jerjes huía por el Helesponto, hecho ludibrio a su postrer linaje; y hacia el risco de Antela, do muriendo sustrájose a la muerte aquella santa hueste, subía Simónides,3 85 mirando éter, tierra y mar a un tiempo. Y esparcidas de llanto las mejillas, y ansioso el pecho, y vacilante el pie, tañía la dulce lira: 90 A vos las alabanzas, que ofrecisteis el pecho a los venablos por amor de la tierra que os dio al sol; Grecia os venera, y os admira el mundo. 100 Al campo de batalla ¿qué tanto amor las juveniles mentes, cuál hacia el hado acerbo amor os trajo? ¿Cómo tan gaya, oh hijos, veíais la hora extrema, que risueños 105 disteis el paso lacrimoso y duro? Parecía que a la danza y no a la muerte fueseis juntos, o a espléndido convite: mas el Tártaro oscuro os aguardaba, y la onda muerta; 110 ni las esposas ni los hijos cerca tuvisteis cuando en la margen áspera sin besos perecisteis y sin llanto. Mas no sin la del Persa pena horrenda 115 e inmortal angustia. Cual un león en medio de manada de toros salta encima de uno, y clava las garras en sus lomos, y a otro el anca muerde, a otro el pernil; 120 tal su furia mostraba entre las turbas persas, la ira griega y la virtud Ve caballos supinos y jinetes; ve al vencido, a quien carros la fuga impiden, y las rotas tiendas, 125 y, corriendo el primero, pálido e hirsuto, a Jerjes el tirano; ve cómo en sangre bárbara los héroes griegos tintos y bañados, causa a los persas de infinito afán, 130 poco a poco vencidos por las llagas, uno tras otro caen. Oh viva, oh viva: a vos las alabanzas mientras en este mundo se hable o escriba, 135 Antes, cayendo al mar, en lo profundo chirriarán los astros arrancados, que la memoria vuestra y amor transcurra o mengüe. Vuestra tumba es un ara; y aquí a mostrar 140 vendrán las madres a sus tiernos vástagos de vuestra sangre las hermosas huellas. Y aquí me postro, oh benditos, y en estas piedras beso, que serán claras y alabadas siempre 145 del uno al otro polo. ¡Si entre vosotros me encontrara, y muelle fuese con sangre mía esta alma tierra! Que si el hado es diverso y no consiente que por Grecia mis luces moribundas 150 cierre postrado en guerra, así la verecunda fama de vuestro vate en días futuros pueda, queriendo el numen, tanto durar cuanto la vuestra dure.
1 Alusión a la campaña napoleónica de Rusia, en 1812, en la que participaron tropas italianas.
2 El Desfiladero de las Termópilas, donde 300 griegos, al mando de Leónidas, perdieron la vida para detener al enorme ejército del rey persa Jerjes, en 480 a. C.
3 Simónides de Ceos (566-467 a. C), poeta lírico que cantó las victorias griegas sobre los persas, y compuso una oda triunfal Leónidas en las Termopilas.
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