Torna a mi pensamiento algunas veces tu semblante, ¡oh Aspasia! O fugitivo por habitados sitios a mí esplende en otros rostros; o en desiertos campos, 5 al día sereno, a las estrellas tácitas, por tan suave armonía suscitada, en el alma a turbarse aún proclive esa soberbia visión resurge. ¡Cuán adorada, oh númenes, y un día 10 cuál mi delicia y Furias! Jamás siento mover perfume de florida playa, ni flores impregnar vías citadinas, sin que a mirarte vuelva cual el día que en tu adornada alcoba recogida, 15 toda aromada por recientes flores de primavera, del color vestida de la bruna viola, a mi ofrecióse tu forma angelical, tendido el flanco sobre nítidas pieles, y en un halo 20 de placeres arcanos; cuando, docta en seducir, férvidos y sonoros besos sonabas en los curvos labios de tus niños, el níveo cuello en tanto brindando, e, ignaros de tus causas, 25 tu hermosísima mano los ceñía al seno oculto y deseado. Nuevo cielo, y tierra, surgió, y casi un rayo en mi mente divino. Así en mi pecho nunca inerme imprimió a viva fuerza 30 tu brazo el dardo, que después clavado llevé aullando hasta que al mismo día volvió dos veces en su giro el sol. Rayo divino fue para mi mente 35 dueña mía, tu beldad. Igual efecto dan belleza y acordes musicales, que alto misterio de ignorado Elísio parecen siempre revelar. Contempla el llagado mortal luego la hija 40 de su mente, la amorosa idea, que gran parte de Olimpo en sí comprende, toda en rostro, en costumbres, en el habla, igual a la mujer que el ebrio amante contemplar y amar confuso estima. 45 A ésta él no ya, más bien a aquélla, también en los amplexos honra y ama. Al fin su yerro y los trocados seres conociendo, se aíra; y siempre inculpa a la mujer en vano. Tan excelsa 50 imagen rara veces el femíneo ingenio toca; y lo que inspira en nobles amantes su beldad, mujer no advierte, ni comprender podría. No cabe en esas angostas frentes tal concepto. Y mal, 55 por el vivo fulgor de esas miradas, el hombre espera, y engañado pide profundos sentimientos, no sabidos, más que viriles, a alguien que es menor que el hombre por natura. Si más blandos 60 ella y más tenues miembros, menos fuerte también la mente y menos vasta tiene. Ni tú jamás aquello que tú misma un día inspiraste a mi pensamiento, 65 pudiste, Aspasia, imaginar. No sabes qué amor desmesurado, qué tormentos, qué indecibles delirios y emociones moviste en mí; ni vendrá tiempo alguno en que lo entiendas. De tal guisa ignora 70 ejecutor de músicos concentos, lo que con mano o con la voz opera en quien lo escucha. Aquella Aspasia ha muerto que tanto amé. Yace por siempre, objeto un día de mi vida: si no en cuanto, 75 como larva querida, de hora en hora suele tornar y disolverse. Vives, bella no sólo, sino bella tanto, a mis ojos, que a las demás superas. La llama que de ti nació extinguióse: 80 pues a ti yo no amé, sino a la Diva que ya vida, hoy sepulcro, halla en mi pecho. Mucho a aquélla adoré; y tal gustóme su celeste beldad, que yo, ya desde cuando empezó el entendimiento claro 85 de tu ser, de tus artes y tus fraudes, contemplando sus ojos en los tuyos, deseoso te seguí mientras vivía, engañado no ya, mas, por el gozo de aquel tan dulce símil, convencido 90 de tolerar áspera y luenga cárcel. Ya ufánate, bien puedes. Narra cómo de tu sexo la única eres ante la cual plegué la frente altiva, y a quien 95 brindé espontáneo el corazón indómito. Cómo primera y última, miraste mi suplicante llanto, y me viste tímido y tembloroso (ardo al decirlo de rubor y desdén), fuera de mí, 100 cualquier deseo, cualquier palabra tuya o acto espiar sumiso, a tu superbo desdén palidecer, brillar mi rostro a algún signo cortés, a una mirada mudar forma y color. Cayó el encanto 105 y en pedazos con él, regado en tierra el yugo: así me alegro. Y si bien llenas de tedio, al fin después de servidumbre y tan luengo soñar, contento abrazo cordura y libertad. Que si de afectos 110 ciega la vida, y de gentiles yerros, sin estrellas es noche a medio invierno ya del hado mortal a mí bastante consuelo y venganza es que, en la yerba, inmóvil, descuidado aquí yaciendo, 115 la tierra el cielo el mar miro, y sonrío.
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