Plácida noche, y verecundo rayo de la poniente luna; y tú que apuntas en la tácita selva sobre el risco, nuncio del día; oh deleitosas, caras 5 —Mientras las Furias ignoré y el hado—, apariencias al alma; no sonríe dulce visión al desolado afecto. Sólo se aviva nuestro gozo insólito cuando en el éter líquido se vuelven 10 y por campo trepidantes, las ondas polvorientas del Austro, y cuando el carro, grave carro de Jove, a nos en lo alto tronando, el tenebroso aire divide. Nos por barrancos y profundos valles 15 nada place entre nimbos, y la vasta fuga de grey turbada, y de hondo río y dudosa orilla el son de la onda y la ira victoriosa. 20 Bello tu manto, ¡oh divo cielo!, y bella eres tú, perlada tierra. Ay, de aquesta infinita beldad parte ninguna a la mísera Safo concedieron el numen e impía suerte. En tus soberbios 25 reinos, vil, ¡oh natura!, y grave huésped y despreciada amante, a tus graciosas formas en vano el alma y las pupilas suplicante vuelvo. No me ríe la abierta margen, ni de etérea puerta 30 el matutino albor: ni a mí ya el canto de coloreados pájaros, ni de hayas; el murmullo saluda: y do a la sombra de los sauces inclinados despliega 35 lúbrico pie las flexüosas linfas desdeñado sustrae, y oprime en fuga las olientes playas. Mas, ¿qué falta, qué tan nefando exceso 40 manchó mi nacimiento, que tan torvo me fuera el cielo y de fortuna el rostro? ¿En qué pequé de niña, cuando ignara de crimen es la vida, que menguado de juventud, marchito, en el huso 45 de la indómita Parca se torciera herrumbrado mi estambre? Incautas voces tu labio expande: el destinado evento mueve arcano consejo. Arcano es todo, salvo nuestro dolor. Prole olvidada 50 nacimos para el llanto, y en el regazo del Dios yace el motivo. ¡Ay anhelos de la más tierna edad! A la apariencia, a la amena apariencia eterno reino aquí dio el Padre; y por magnas empresas, 55 por docta lira o canto, virtud no luce en un desnudo manto. Moriremos. Dejado el velo indigno, desnuda el ánima huirá hacia el Hades,1 60 y el crudo fallo enmendará del ciego dispensador del sino. Y tú a quien largo amor en vano, y larga fe, e inútil furor me ató de un fuego inaplacado, vive feliz, si pudo en este mundo 65 feliz vivir mortal. Ya no escanció de su ánfora avara el licor suave Jove, cuando murieron los engaños y sueños de mi infancia. Los más gayos días de nuestra edad vuelan primero. Siguen los males, la vejez, la sombra de la gélica muerte. Así de tantos gratos errores y esperadas palmas, el Tártaro2 me resta; el bravo ingenio 75 va a la tenaria Diva,3 la oscura noche y la silente riba.
1 Plutón, el dios infernal.
2 Según Hesíodo, la parte más profunda y oscura del infierno, cárcel perpetua para el alma de los criminales.
3 Hécate, la diosa infernal, llamada así por el río Ténaro, cerca de cuya desembocadura se imaginaba la entrada a los infiernos.
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