Dulcísimo, potente dominador de mi profunda mente: terrible, pero caro don del cielo, consorte 5 a mis lúgubres días, pensamiento que a mí frecuente tornas. De tu natura arcana ¿quién no discurre? Su poder ¿qué humano 10 no sintió? Empero, siempre que, en decir sus efectos, el sentir espolea la lengua humana, nuevo escuchase aquello que razona. 15 ¡Cómo desierta queda mi mente desde cuando tú la tomaste toda por morada! Y veloces en torno como el lampo mis otros pensamientos 20 se disolvieron. Tal como una torre en campo solitario, estás solo, gigante, en medio de ella. ¿Qué devienen, fuera de ti solo, 25 toda obra terrenal, toda entera la vida a mi mirada? ¡Qué intolerable tedio los ocios, los comercios, y de vano placer la espera vana, 30 a lado desa dicha, dicha celeste que de ti me viene! Cual desde nudas piedras del rocoso Apenino 35 a un campo verde que sonríe lejano vuelve ansiosa la vista el peregrino; así del seco y áspero mundano conversar, ardientemente, casi a gayo jardín, a ti retorno, 40 y estar contigo aviva mis sentidos. Paréceme increíble que la vida infeliz y el necio mundo asaz por largo tiempo 45 sin ti ya soporté; y comprender no puedo que por otros deseos, a ti no semejantes, se suspire. 50 Jamás desde que supe esta vida qué es, en carne propia, temor de muerte no oprimió mi pecho. Hoy me parece un juego la que el inepto mundo, 55 loando a veces, aborrece y teme, necesidad extrema; y si peligro amaga, con sonrisas me pongo a contemplar sus amenazas. 60 A los cobardes siempre, y a las almas abyectas y mezquinas di mi desprecio. Hoy punge todo acto indigno mis sentidos; mueve a desdén el alma todo ejemplo 65 de la humana vileza. A esta edad soberbia, que de esperanzas vanas se alimenta, no amante de virtud, mas de palabras; loca, que lo útil pide, 70 y que inútil la vida así cada vez más no ve tornarse; me siento superior. De los humanos juicios me burlo; y al voluble vulgo al bel pensar infesto, 75 digno despreciador tuyo, detesto. A aquél del cual procedes, ¿cuál afecto no cede? Es más, ¿cuál otro afecto, 80 sino aquél, tiene sede en los mortales? Avaricia, soberbia, odio, desprecio, de honor afán, de reinos, ¿qué son, sino apetitos en parangón con él? Sólo un afecto 85 vive en nos: sólo uno, prepotente señor, al cor humano dio la ley eterna. Valor no tiene, ni razón la vida 90 salvo por él, por él que al hombre es todo; sola disculpa al hado, que a los mortales en la tierra puso a tanto padecer sin otro fruto; sólo por él a veces, 95 a la gente no estulta, al ser no vil, la vida que la muerte es más gentil. Para tus goces, dulce pensamiento, sentir humano afán, 100 y soportar por años esta vida mortal, no me fue indigno; y otra vez tornaría, así cual soy en nuestro mal experto, hacia tal fin a comenzar mi curso: 105 que, entre arena y serpientes ponzoñosas tan cansado jamás por el mortal desierto no vine a ti, que estas nuestras penas no creyera que tanto bien venciese 110 ¡Qué mundo así, qué nueva inmensidad, qué paraíso es ése donde a menudo tu estupendo encanto parece que me eleva! A donde yo bajo otra luz, que no la usual, errando, 115 mi estado terrenal y toda la verdad doy al olvido. Tales son, creo, los sueños de los dioses. En fin, tan solo un sueño que en mucha parte todo lo embellece 120 eres, dulce pensar; sueño y mostrado error. Si bien divina entre hermosos errores natura tienes; pues tan viva y fuerte, que contra la verdad porfiando dura, 125 ya veces se le iguala, tan solo disipándose en la muerte. Y tú por cierto, oh pensamiento, solo tú vital a mis días, 130 causa dilecta de ansias infinitas, serás conmigo a un tiempo en muerte extinto: que en mi alma por vivos signos siento que perpetuo señor me fuiste dado. Otros gentiles sueños 135 solía su real aspecto siempre debilitar. Cuanto más vuelvo a contemplar a aquélla de la cual razonando voy contigo, crece aquel gran deleite, 140 crece aquel gran delirio en que respiro. ¡Angelical beldad! A doquiera que mire rostros bellos, paréceme que todos falsamente imiten a tu rostro. Única fuente 145 de toda la hermosura, y única beldad tú me pareces. Desde que te miré por vez primera, ¿de cuál mi grave cuita último objeto 150 no fuiste tú? ¿Cuánto pasó del día, que no pensara en ti? En mis ensueños tu soberana imagen ¿cuántas veces faltó? Bella cual sueño, angélica semblanza, 155 en la terrena estancia, y altas vías del universo entero, ¿qué pido más, qué espero contemplar, más hermoso que tus ojos, tener, más dulce que tu pensamiento?
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