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Verano en la ciudad |
a la memoria de José Carlos Becerra |
I Los árboles nocturnos crecende pronto sobre nuestros pasos. Cuando la luz descubre su presencia los desnuda y los puebla de voces las voces de la noche y sus amores. El agua juega entonces con el agua y regresa a sí misma como un amor de siempre que retorna o un estremecimiento recobrado. A lo lejos el agua forma figuras y silencios. La noche inventa juegos que el día no entiende ni logra jamás recuperar y nos devuelve a nuestro exilio. Crece la noche como los besos en los labios como la yerba crece, los pasos y las formas de los cuerpos el rumor y las voces de los cuerpos. O nuestro corazón de pronto sorprendido. Una pareja pasa sin mirar a nadie en el instante en que un hombre en cualquier sitio se entrega a lo desconocido. La noche silenciosa abierta al olor del verano suda viento y deseo bajo los rojos reflectores cuando el amor y sus actos son sencillos como en todo principio. |
II |
Lo profundo es el aire... Jorge Guillén |
He de nombrar a noche, la levedad del aire. De lo que nadie habla, de lo que se respira y aturde los sentidos panteras de ojos húmedos como el aire que duele inalcanzable perseguido en la otra ciudad en la antigua la de nombre de piedra. He de nombrar la luz que estalla bajo el sueño del agua, el aire que recorre todas las soledades y atraviesa la mirada del vendedor de objetos inútiles. La mariposa gigantesca se pliega al árbol que la posee en la sombra. El vaivén de sus alas toca la eternidad y la destruye mientras el árbol agotado jadea sueños como frutos. El aire avanza lento, levanta olas de arena, lame cuerpos que pasan. Atrás quedan los pasos, inciertos, furtivos o firmes pasos de quien camina la ciudad seguro de amanecer en el sitio de siempre. El aire levanta voces como sombras de agua, las oculta detrás de cualquier puerta. Y sucumbe. Se adormece en la noche. Vivo Vivaldi asiste a la boda del aire. Caminamos navegantes de noches apretadas y ávidas deshabitadas noches de muslos acechantes. Lo sabemos cualquier ciudad del mundo es solitaria a las 4 de la madrugada. III Esa presencia de lo humano en la lluvia como una jadeante respiración de amor, esa presencia de la lluvia cuando llega el otoño. En las manos aún el color de la tarde, la boca del verano delatándonos, habitantes silenciosos construyendo el instante de las azoteas en los suburbios donde el viento camina como por su casa. Canción del viento que se llevó la lluvia, guitarra sola y silvestre, desnuda y sola para la hora del amor, presencia urgente en este sitio en que se muere a diario. Labios febriles de pronto apaciguados. Luna del tigre buscándonos, cercándonos. Hombros estremecidos de veranos-tortuga. Amor de la tierra que no conoció el mar pero sí el pie desnudo, jamás la libertad, pero sí la palabra decisiva. Las calles de esta ciudad ¿qué nombre tienen, qué nuevos árboles, qué huellas de amor sobre su rostro? Cerca de nuestra sangre, insomne rosa, el corazón del hombre no descansa. Estamos nuevamente en tus orígenes, ciudad amada para siempre indefensa bajo la lluvia. |