Los he visto de cerca, solemnes y magníficos, poniéndose su cuerpo cada día mientras les duele el cráneo desvestido. Los he visto en la tierra, azotándose, gusanitos de Dios sin esperanza. Colgados de la vida, con su domingo a cuestas que tarda en regresar una semana. Cerca del testimonio de mis ojos los he visto extinguirse o surgir de repente de los árboles –grupos de lámparas mirando cómo los desentierran– apretando en las manos su mendrugo. Siniestros se destruyen quemándose los brazos pedacito de ocote envenenado. Les han dado de palos cruzándoles cadenas y su cabeza es solamente desatado concierto de campanas. Giran extraños, imperfectos, zopilotitos ciegos rodeando su esqueleto, creciéndose hacia abajo solitarios y débiles del mundo, viciosos, sí, descalzos sin ojos o sin manos, sin uñas o sin dientes. Los he visto de cerca, los he visto y me duelen porque me pertenecen, porque los vivo míos.
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