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Miguel González Gerth |
Nota introductoria |
Miguel González Gerth es, según confiesa, un surrealista nato. Un surrealista malgré lui con pretensiones de hombre razonable. En ello, algo ha tenido que ver el destino. Mexicano, encarna al poeta del exilio con las peculiaridades de vivencia y estilo que el desarraigo supone. Se diría que toda patria violenta a sus hijos, ejerce sobre ellos dictaduras explícitas o implícitas y quienes, ya adultos, optan por hacer su vida en otro país —y por amor o por soberbia, no están dispuestos a renunciar a su origen—, ya se están imponiendo una anómala cristalización de valores expresivos. En el hombre sensible, en el artista, no se diga en el poeta, la patria íntegra transmigra al espíritu, eminentemente al lenguaje. Lenguaje, por necesidades de preservación y precisión, que se torna exageradamente consciente de sí, deliberadamente rebuscado y reencontrado, preciosista en un alarde del recuerdo que no sólo reclama el dominio histórico de su pasado, sino exige pertenecer al dinamismo del presente y proyectarse al futuro. Vive en Estados Unidos desde los años cincuenta. Con licenciatura y maestría en literatura inglesa y norteamericana de la Universidad de Texas en Austin y un doctorado en lenguas y literaturas románicas por la universidad de Princeton, Miguel González Gerth posee un dominio absoluto tanto del inglés como del español. Por lo mismo, tal vez, repudia la fusión corruptora de ambos, tan propia de la literatura chicana o transcultural, como hoy se llama a la inserción de modismos cubanos, portorriqueños, nicaragüenses, etcétera, en el inglés obligatorio. Su poesía resulta ser un ejemplo de puente literario —que no lingüístico—, entre ambos idiomas; no lingüístico porque nunca mezcla, combina o confunde los dos idiomas. Su producción sigue una línea recta dentro de uno u otro, creando así una suerte de ideolecto literario en la tradición de Samuel Becket, Joseph Conrad y Vladimir Nabokov; de poetas como Joseph Blanco White, Heinrich Heine y Rainer Maria Rilke; acaso más obviamente Vicente Huidobro, y hoy en día, las proezas lingüísticas de los latinoamericanos Carlos Fuentes y Guillermo Cabrera Infante. ¿Los orígenes? De muy joven, cuando todavía vivía en la ciudad de México y en razón de parentesco, González Gerth frecuentó a un poeta menor, al “Vate” Ricardo López Méndez, “el poeta de la imagen clara y la entonación épica” que inundó escuelas primarias nacionales y radiodifusoras continentales con su “México, creo en ti”. Por otra parte, la sensibilidad por la música, que por vía de una madre pianista le era propia, derivó en Miguel González Gerth en percepción acústica del efecto poético. López Méndez lo inició en el modernismo, sensibilidad que pronto modificaría en razón de modelos más fuertes: López Velarde, Gorostiza, Paz. La “imagen clara y sencilla” dejó de serlo gracias al impacto del barroco, del conocimiento de la generación española del 98 y la subsecuente del 27. Por otra parte, la lectura de los simbolistas franceses —Baudelaire, Verlaine, Rimbaud, Mallarmé, Eluard— reforzarían el tipo de imagen sinestésica de los barrocos españoles y los mexicanos modernos. En un homenaje al poeta Stephen Spender, en el cual González Gerth participó como panelista, tuvo la oportunidad de confesar que, en cuanto a la apreciación de la poesía en lengua inglesa, “he had been weaned on the verses of W. H. Auden, C. Day Lewis, Louis McNeice and Stephen Spender” (es decir, que debía su destete poético en dicha lengua a estos poetas, prototípicos de la Segunda Guerra Mundial y del apoyo a la República en la Guerra de España). Que con Keats, Shelley, Thomas Gray; y desde luego T. S. Eliot, Ezra Pound, Hart Crane y Dylan Thomas, reclamarían una parte significativa en la tónica y la temática de su obra de poeta ambilingüe. Al grado, por ejemplo, de que no toda su obra en inglés existe en español y viceversa. Y cuando es así, como el original en inglés de “The Space of Night” —ese largo viaje de la noche hacia el día, de la otredad a la soledad en busca del espacio liberador—, no encuentra en la posterior versión en español traducción sino molde nuevo, en que la escritura automática de los surrealistas, la palabra poética liberada, elige sus propios cauces y casi en un estado segundo de inspiración, de desbocamiento irrefrenable, se alimenta de y a sí misma. Cito: In the leopard night, avid in ambush, Y su contraparte en español, en cinco en vez de siete versos: En la leoparda noche y su acechanza Quizá tal capacidad translingüística y transcultural, tal independencia expresiva en uno u otro idioma, sean la peculiaridad y mérito más notables en González Gerth. Y al mismo tiempo su drama. ¿Por qué? Porque la vivencia profunda, el conocimiento a plomo de dos universos culturales ha implicado, inevitablemente, una constante observancia crítica de uno sobre otro; es decir, las letras hispanoamericanas han sido valoradas por González Gerth desde la óptica de las anglosajonas y viceversa. Lector y escritor simultáneo de lenguas tan acusadamente diferentes, y por ende de temáticas, formas estructurales y de desarrollo, estilos, tendencia y preocupaciones que corresponden a la polarización del pensamiento en sus particulares marcos geográficos e históricos, y en consecuencia modos en que se expresan y ensanchan, fatalmente conducen al poeta a perder provincialismo patrio o generacional, lo desvinculan de la consabida élite avant la lettre; si bien a cambio permiten que su aliento poético se oxigene con aquellos nutrientes que, ya sin ataduras y vengan de donde vengan, reconocen su expresión verdadera sólo en lo que les es esencial. No en vano González Gerth ha sido discípulo, amigo y estudioso del gran narrador español Francisco Ayala —ejemplo de exilio sucesivo en Hispano-América y Estados Unidos— que incluye en su abanico del idioma no sólo la impronta de la maestría ibérica sino la de “todos los troncales de nuestra lengua”, como dice González Gerth. Lo cual lleva al exiliado a echar mano de la ubicuidad de la palabra no por su nacionalidad sino por su eficacia, “a emplear (dice el propio Ayala) las palabras y locuciones de uso común, apretarlas, estrujarlas y exprimirlas para extraer de ellas todo su posible contenido, de modo que signifiquen varias cosas a un tiempo, irradiando sentidos diversos y, en ocasiones, contradictorios”. En suma, a “sacar todo el posible partido a la esencial ambigüedad del habla”. Claro que, como todos los ausentes de un núcleo patrio, tales escritores corren el riesgo de perder esas etiquetas protectoras que agregan al prestigio personal el de la cofradía a que pertenecen, y en consecuencia, no pueden suscribir su obra, ni por estilo ni por contenidos, entre los poetas “representativos” de la cultura mexicana y/o hispano-americana y/o norteamericana. Y en cuanto a sus lectores en uno u otro ámbito, siempre habrá una reacción de desconcierto al encontrarse con ese mundo tangencial no encasillable en universo socio-literario del idioma correspondiente. Del dominio expresivo —que deviene duda existencial en dos idiomas— deriva, naturalmente, la duda sobre la palabra misma como entidad significante y por tanto transmisible: … (Giros en que interviene, y no poco, su pasión por Ramón Gómez de la Serna, y en que la sonoridad da un giro insólito, arbitrario y lúdico al sustantivo, fracturando la idea y disparándola en otras direcciones.) Abunda también en fuentes no literarias, como la plástica que para González Gerth constituye ese arte gemelo, no practicado pero sí profundamente amado en que el artista habría querido expresarse de no haber elegido ya el lenguaje poético. (El juvenil descubrimiento de García Lorca y Jorge Guillen es hermano al de Picasso y Dalí; frecuentar a los escritores del Siglo de Oro español fue también frecuentar la plástica renacentista y barroca.) Tal binomio ha persistido siempre, deslumbrante y total. De allí su recurrencia a esa línea de atracción poética por lo que podría llamarse la écfrasis, o sea una versión literaria de una obra plástica (Murray Krieger) o, en términos de Paul Claudel, la obsesión de expresar un arte con otro arte. Entre otros, resaltan tres poemas dedicados a Franz Marc; o “En busca de las calmas ecuatoriales” basado en el óleo de Edward Hopper “Rooms by the Sea”, y en que incluso el texto se distribuye en el espacio impreso como una calca del espacio lumínico: ¿Es el espacio el puro y primo O “Escalera”, inspirado en una obra del futurista Giacomo Balla: Por un caracol de despedida El arranque de este tipo de composición se encuentra, como es obvio, en el uso de la imaginería paisajística, pero la carga conceptual acaba por predominar. Y sin embargo, a lo largo del poema, poco a poco la abstracción cede, la temática se va humanizando ya sea desde fuera o desde dentro. Es como si ambas, de la visión plástica y de la poética, de la imagen y del concepto, derivara al fin una dimensionalidad física-metafísica de lirismo puro que constituye, en suma, el impulso liberador y alma creativa de toda la obra de González Gerth. Banderillas de lujo son, en la poesía de González Gerth, el erotismo y el humorismo. El erotismo, puntilla de fuego que se clava bajo la dermis del poema y, castigándolo, lo abrasa y acicatea: Musa encendida, dáteme tú como materia, Si bien el erotismo más desenfrenado no podría sino partir —y en eterno retorno arribar de nuevo— al dolor que se comparte con la amada. La calidad humana que es el sentimiento trágico de la vida unamuneano se fija en la voz existencial que González Gerth registró en los años cincuenta: Yo podría gritar la angustia de la vida... Entre uno y otro estremecimiento, González Gerth vuelve a su obsesivo construir/deconstruir la palabra: ...La idea es precisamente Veta de la que no podría prescindirse en el conocimiento de González Gerth y/o González Gerth poeta, es —como para todo irreductible escéptico—, el humorismo. Ya se dijo que él se califica como surrealista nato, y lo no-nato se afilia, más que al modo programático de André Bretón, a la soltura traviesa de Benjamín Peret. Pero sobre todo y casi providencialmente, resulta un “ramonista” por inocultable parentesco anímico. Autor de “Ramón Gómez de la Serna/ Aphorisms” (“Translated and with an introduction...”), él mismo es un surtidor inagotable y cotidiano de todo género de aforismos, retruécanos, juegos de palabras e ingenio: Éranse que se eran dos dioses: la diosa Hera Y, en formato poético de largo aliento: La guerra de las gárgolas y las veletas |
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Bibliografía poética |
En vísperas de olvido (México, 1967); La ausencia infinita (Austin, 1984); Palabras inútiles (Madrid, 1988); En busca de las calmas ecuatoriales (México, 1996); La lengua fracturada (México, 2003), Looking for the horse latitudes (Austin, 2007).
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Cábala |
A Ramón Martínez López
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¡Árbol que oscureció al mundo! Eran palomas tristes las sombras que cegaron el último destello. Fueron el quebranto de la audacia que abriera la caja fabulosa. Son un síncope de luz tras una nube joven. Huyamos de lo vegetal, me digo. Sin darme cuenta tropiezo con las huellas de mis propios pies ingrávidos, y pienso que el caminar volando es algo así como la vida: mitad azar, mitad absurdo. Yo también soy planta, fruto de la nefasta, prima relación del agua y el cerebro; presencia múltiple que contemplaran la muerte del alma mártir y la fuga del pez minero. Yo también suspiro, en la noche que atisba el ancho cuartel custodiado por esqueletos mancos. Y cuando florecen las alas de mi fragancia que llaman maligna, se incendia un jardín de voces. En ese cáliz inacabable y sordo, de esa corola sin relieve fijo se beben sangres de piedra y se suspende en sombra la regalía de la natividad: mi flor nace marchita. Entonces la expiación es previa a su pecado, el cínico diría. No sé. Aquí sólo los ciegos cantan. A mí se me ha otorgado solamente el mantillo que cubre calaveras de capitanes oscuramente blancos. ¡Árbol que oscureció al mundo! Me pregunto si mis ojos, que desvelan a una llama olvidada por el humo, son un rasgo de tus raíces serpentinas. Tu altura llena de vívidos colores desciende trémula sobre mi fe sin tierra. |
He repetido muchas veces |
He repetido muchas veces esta invitación, esta invitación esta invitación de cintas de colores esta invitación a un viaje a un dios de largos brazos rotos a un búho de grandes ojos refulgentes a una niña de trenzas de color limón Un viaje de larga travesía un viaje de silencio en si bemol un viaje a sitios indebidos un viaje sin decir adiós He repetido muchas veces esta invitación a un viaje no por tierra ni por aire ni por mar y el dios no ha contestado nunca y el búho ha contestado: nunca y la niña no ha sabido contestar |
Ya no quiero prestar oído |
Ya no quiero prestar oído a los secretos que dice el silencio ya no quiero entremirar su mirar entre las sombras ya no quiero morar en la quietud de su penumbra no quiero ni entrar en la luna de su espejo Deseo ávidamente con ansias de última aventura deseo desear deseos deseos de viento, de volar de altura y brújulas exactas de amor acompasado de gritar, de plomo de aire y tierra en plumas Quiero esperar el eco de mi vida y saber que sólo solamente solo se escucha el tiempo que fue y vino como un pasado repasado apenas por la yema de un dedo recordante que se aprieta angustiado a los oídos que se muerde con dientes de tristeza o que inicia el girar de un trompo Ya no quiero prestar oído a los secretos que dice el silencio quiero ser sordo, quiero ser hombre quiero gritar mi deseo sin aburrirme quiero aullar a la luna como un perro quiero vivir sin vida, quiero morirme en la queja que sumerge el mundo y sube y apenas toca el cielo |
Visión |
¡Espejo de la mañana! Mar en que sueños viajeros apuntan sus proas de silencio hacia la cruz del alba. Laberinto de la luz. Ensayan los dardos del sol los arcos de la lentitud. Y aparece la sombra, la sombra al trasluz de cansada quietud y gaviotas. Entonces se tiñen los aires de altura y suspensión. Entre reflejos sin voz vuelan imágenes. |
La soledad |
La soledad es algo que a veces asombra Se percibe una música por las estelas del aire en un teatro, en una tienda, en una calle una mirada, una sonrisa una casi palabra se antojan a la imaginación en cualquier parte La soledad es algo que a veces asombra |
Sueño |
Algo así como una lluvia de cristales cayó sobre tu imagen Te vi como en una laguna suspendida por nubes clarísimas rodeada de luz y mariposas Y cuando te alejaste quise dar mis ojos al viaje de tu forma donde el cielo navegaba por mil rutas y entre rosas |
Las miradas |
a veces las miradas tienen forma prístina algo inefable y débil débil como la aurora, colores y alas Qué suavidad qué gracia qué desperdicio de palabras Deberíamos escribir con nuestros ojos en la nada |
Escalera |
Por un caracol de despedida allora per gli addii scala las damas van descendiendo rojo intenso negro lento malva leve como el espíritu de Giacomo Balla barandal vuelta tras vuelta de hierro cada balaustre de mármol cada peldaño y de encaje los sombreros en escalones volados sonrisas hilvanan miradas enaguas de andares como agua curvas transitan las curvas curvas subieron y bajan a tiempo llegarán al fondo raíz de vida raíz de casa cuántos pasos en declive cuántos pisos en redondo miradas pespuntan risas desde la altura invisible allora per gli addii scala las damas han ido bajando rojo intenso negro lento malva leve desde una abúlica nostalgia las hemos imaginado |
En busca de las calmas ecuatoriales |
A partir del cuadro Rooms by the Sea de Edward Hopper |
Algo que no se ve preocupa la elasticidad del pensamiento. Las apariciones cotidianas han sido totalmente exorcizadas. El mar, que parecía al principio vacilar, al fin ha entrado en las habitaciones y ha dejado en lo oscuro un prisma luminoso. ¿Habrá —en alguna parte— un trampolín fantasma del cual tirarse al mar mas acabar ahogándose en el cielo? ¿O de otra suerte descender al fondo del océano donde un afán no confesado pueda hallar el olvido? Tantas cosas se escuchan que nunca fueron dichas. ¡Qué soledad! ¡Qué premio inacabable de aislamiento que, sin embargo, no implica privación! Se puede ver ese silencio. Merece una respuesta y esparce visos y reflejos. Aquí se encuentra la vacante delatora, el axiómetro vacío, la oquedad que induce y clama con precisión cual un espejo, la esencia que resume la sustancia, la invertida visión ya corregida y por encima de la brújula desviada. ¿Podríamos caer en el color y disolvernos en mera liquidez? ¿Es el espacio el puro y primo gobernante del mirar, de modo que no hay ímpetu que lleve a alguna parte más que allí, descubrimiento y predestinación? Aquellas gentes, sí, las multitudes aquí ausentes, hoy están tan solas. Anhelan el misterio capaz de presentar lo que sería el futuro de un pasado. Están tan solas y por consiguiente una puerta se ha dejado abierta silenciosamente, a fin de que ellas y nosotros todos clavemos la mirada en el sonido y algún día, cansados ya del paredón del tiempo, zarpemos con el viento hacia la calma. |
Espacio de la noche |
Conticinium aeternitatis
summum raptus est. Lucano El conticinio casi ya pasando iba... Juana de Asbaje The silence of deep height was drawn A veil across the silver dawn On holy wings that hovered Aleister Crowley |
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Travesía en rojo |
El rojo afán de mi tristeza navega su nuevo itinerario, invitando a todo el complejo circundante. La participación resulta inevitable, y la falacia patética de Ruskin se cumple feliz y locamente mientras mi luto enrojecido conflagra árboles y aves, céspedes humildes, ondulaciones y trinos. ¡Qué verdor sombrío y ensimismado! Todo un querer subir a espacios improbables se desmorona en quiebros de arena fugitiva. Ricos trozos de naturaleza, compactas piedras desleídas, maderas álgidas en medio del verano, un reino completísimo de insectos y de flores sufre su ciclo breve y repetido como deseando condensar su esencia para llamarse muerte en carne viva, y, fértil rito, ofrece un constante grito que se aúna con el terremoto, con la tempestad y con la tromba, con el alud, con el relámpago feroz que invaden, que habitan y pululan mi alma decididamente en ruinas, mi pobre alma cuyo afán vacila, se hunde en el abismo de sí misma por ser tristeza y luto enrojecidos. |
Mar antiguo |
Una mujer contempla un mar antiguo. No es algo prehistórico sino un sentimiento casi eterno. Una bahía con barcos cuyas velas pespuntean la tarde. Un horizonte que se reconoce a sí mismo en la mano gentil que lo saluda. ¿Bienvenida o despedida? El horizonte se refleja en la bahía más allá de donde los barcos con sus velas pespuntean la tarde. La mujer eres tú, como ya se había prefigurado. Indiferente no, cautelosa cual reciente, miras hacia un exterior que no es ajeno, un mar horizontal que ya conoces porque una vez lo recibiste entero. Y ahora, desde una ventana, casi detrás de una cortina, un velo sigiloso, atisbas aquello que representa lo perdido y lo que aún queda por venir: la vida que desespera a las gaviotas, las olas con su espuma que ligeras se rompen en la playa, y por la noche, después de haber mirado, después de haber enviado aquel saludo silencioso, la eternidad de un firmamento marinero en que los astros cumplen su función por fin no eterna pero sí grandiosa. De dentro afuera miras, de fuera adentro sientes. El velo, la cortina apenas delimita la tensión, la frágil intención de tu mirada. ¿Qué miras? ¿Qué buscas en un término de lejanía que no distingue nadie, en un tramo de mar que se quedó allá lejos, en los años locos del crepúsculo? Yo creo, como poeta casi detective, con la certeza de un hombre que confía en sus firmes intenciones, en sus inventos de vana analogía, opino, por decir al fin ya casi nada, que buscas lo que ya buscaste entonces, lo que buscaste en aquel tiempo irresoluto y vago, más allá de las seguridades prometidas. Buscas lo mismo, amor mío, mirando sólo, atisbas desde lejos, desde la protección de tu ventana lo que antes saludaste ingenuamente, jugando tus pies con las espumas, tus manos con las olas, tus ojos con el verde azul de la osadía. Buscas lo mismo cautelosamente, detrás del velo protector de la cortina, porque la vida ha sido y ha pasado, y sólo así sabemos lo que pasa, sólo así sabemos lo que es vida. Y, sin embargo, aun así queremos recibir y luego despedir lo que sólo se vive en la mirada. |
Conjugación |
La muerte se conjuga. Tiene verbos. No hay palabra más terrible que muriendo. Morir es verbo infinitivo y por lo tanto indefinido, y muerto es algo ya pasado, como murió es pretérito. La muerte es también taimada. Decía Jorge Manrique que viene tan callando: una abstracción de lo que pasa, sí, lo que pasa cuando ya no hay remedio. Ese espantajo encapuchado y cadavérico, estrafalario director de tráfico, intimida porque nos hace imaginar su escuálido camino, la ruta que nos lleva hasta el destino. Durero nos hace ver la muerte como una guadañera imagen de asechanza. Rilke, bastante más moderno, nos sugiere que la llevamos dentro. Mas son los verbos de la muerte que nos acercan a la realidad. Muriendo se tiene la experiencia más terrible: la expresión del que muere y la del que mira en el morir la última esperanza hasta su fin. |
Veletas |
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Más que volando vienen aeronavegando de no se sabe dónde, vienen aventurando las borrascas de la vida hasta posarse con agilidad de pájaro sobre los ápices de las instalaciones de los hombres. Los hombres son seres convencidos de haberlo heredado todo. Creen —pues que supongan es harto más modesto— que las veletas fueron creadas por ellos y tan sólo para ellos. Que su propósito es singular y muy sencillo, o sea indicar la dirección del viento. Mas hay que ver, hay que afinar el tino y los sentidos para atreverse a ver la realidad que ostentan las veletas. Son ante todo el símbolo del mundo; son mucho más que las mareadas brújulas pues no varían según minúsculos motivos. Son, además, patricias y poéticas. A veces giran cual girasoles de agua, surtidores de luz que pronto se liquida. Su aparición es siempre una sorpresa. Su voluntad sin duda es el espacio, su amor tan sólo es contemplar el viento, su tino —el trino de las aves— es una invitación que presupone un modelo de ala, de línea nunca recta, de curva —curvilínea— que se mueve pero no se inclina, de tácita —no taciturna— imagen de soberanía cual bóveda invisible; con ellas sólo compitieran en las alturas sigilosas el júbilo y la tristeza de los campanarios. Las veletas siempre se proyectan hacia arriba; otros móviles podrán tener otras tendencias u otras miras. Son estas giralunas que en la noche, cuando el rigor de la intemperie incide en el escalofrío —que es frío del alma— afirman su estabilidad y su constancia al descifrar eléctricas tormentas, y vendavales y ciclones, que son potencias naturales que no saben que se cifra en las veletas el parangón de la futura calma. Al contemplar el firmamento cada veleta acierta en alcanzar la proporción en que se distorsiona el aire. El aire no es siempre el portador del canto, del salmo o la oración, sino que con frecuencia es vehículo del llanto. (Se dice que hace mucho tiempo cierto Pontífice ordenó que las veletas de su Catedral y su obispado, de saetas pasaran a ser gallos, emblemas de San Pedro, el viejo apóstol, suministrando un cabal afincamiento a toda cúpula de iglesia; sin darse cuenta de que igual daba evidencia de cómo la ironía resulta tan volátil y voluble como la veleta). De las veletas (que en tierras gálicas se llaman girouettes) las enemigas son las gárgolas, extrañas excrecencias en los cantos de las catedrales. Mucho se ha dicho de los nobles y simpáticos aleros y de las celosías que, sin llegar a celotípicas, espían la presente ausencia de los buenos días (pues las ventanas, que son madrinas de los vientos, respetan la afición de las veletas por lo aéreo). Mas no, sus verdaderas enemigas son las gárgolas, monstruosas bestias cuyo origen tampoco se conoce (quizá la suya sea una prehistoria de la que no se dice nada, ni en las secretas páginas del Génesis), esas troneras que disparan lluvia muerta, ángeles negros que parecen despertar de un sueño inmóvil. La guerra de las gárgolas y las veletas la bailan dislocadamente la tempestad y el aquilón en un onírico escenario lírico —estocada de Ariel, tajo de Calibán— que se repite cada vez que se figura una leyenda, el desquiciarse un elemento al convertirse en otro, al concentrarse la ilusión en la quimera. Pero esa guerra que nunca tuvo término sólo es capricho de las fuerzas climatéricas; no afecta la función que enorgullece a las veletas. Gallarda su cruzada eterna que acaba siendo horizontalidad de planisferio, apuntan con su lanza al punto cardinal de donde viene el viento, largo corcel veloz y veleidoso, que apaga fuegos prescindibles y azuza fuegos desbordantes. Son dieciséis los nombres que ha adoptado el viento y, en consecuencia, dieciséis también las claves en que se clavan las veletas. Y al ínterin perenne de los tiempos dan una nota intemporal y mística, nota de gracia sobre un conjetural diseño. ¿Quién no ha tenido pesadillas de las gárgolas? ¿Quién no ha medido la distancia con los faros, ojos de cristal candente, salvavidas que advierten los escollos de la lontananza? Pero, ¿quién ha soñado lo que sueñan las veletas, que adornan las techumbres de un mundo alucinado? Al final de su mutable trayectoria se imaginan las veletas que se adueñan de los mares y que vuelan agudas como águilas. Y aunque aniden por instantes en las nubes al cabo vuelven a la tierra insomne donde comparten silenciosamente con el hombre sus frecuentes avatares. |
Cenizas de los muertos |
Cuando el sol está yéndose hacia el sur en el otoño y hundiéndose cada vez más en el cielo ártico, los esquimales de Iglulik juegan con hilo formando una malla con objeto de atraparlo e impedir así su desaparición. J. G. Frazer, La rama dorada |
Cuando después de haber soltado el más hondo lamento de la soledad reaparece uno, semejante fantasma probablemente asumirá el aura de un vidente. Pues lo que ve no es aquello de que la gente habla. Su relato es algo que las palabras mienten. ¿Qué fin tienen las cosas que decimos? ¿Son las palomas de la Piazza di San Marco las mismas que las de Trafalgar Square? En algún sitio yace la respuesta y su verdad trasciende todo espacio con límites abiertos. La medida del amor intenta restaurar el cuerpo hace tanto tiempo desollado. Hay que robar al tiempo muy piadosamente, llámese reliquia o llámese como se quiera, y celebrar dicho prodigio con ritos de primavera retocado, mas por derecho de conquista, poseído: lascivia del espíritu (“A ti, mar nuestro, unidos en prueba de dominio verdadero y permanente”). De nuevo diestra lucha ha de librarse en contra de un enemigo peligroso aunque en derrota, y con viril piedra recordarse la victoria (“La patria cuenta con que cada hombre haga su parte; gracias a Dios yo hice la mía”). ¿Qué fin tienen las cosas que decimos? Las decimos como un cebo, un juego de sonoros hilos para atrapar al sol que no puede atraparse. No hay forma cierta de unirse con las olas o de ganar la guerra: hablar no es realidad, es arte. En algún sitio todo lo ya dicho se deshace cual columbario que de pronto queda abierto, de donde las palabras, palomas que anidaron mucho tiempo, las santas urnas rompen y aleteando escapan. |
La cara del espejo |
A Octavio Paz |
No hay nadie allí y sin embargo creemos entrever un mundo de entidades que explicarían un contenido en el vacío un abecedario de apariencias un conato de conformación de inconsecuentes congéneres cautivos antropoide atado / adán atirantado / ángel ardiente belleza que se vuelve belcebú crisálida de la quimera chamuco / chulapo / chocarrero desilusión / delirio / doppelgänger ¿es el espejo falsedad en que se abre el abanico de la realidad? engendro erótico / envidia / envanecimiento / enojo ficción / figuración y fingimiento gorgona de gloria gorgotera halo sin santo (aquí = allí) ilusión (hija del yo) / ícaro ahogado judas jabberwocki kairos y cronos lacrima christi logarítmica y liliputiense llave que abre pero que no cierra maelstrón de melusina nada que nada en la nada ñiquiñaque ñoño orfeo orante / orangután orondo pitecántropo erigiéndose ¿quo vadis quantum brutus? rêverie du revenant simulacros simultáneos tabula rasa (allí = aquí) utopía variación del ojo antojo x / exquisita equis yo y también tú = zurdería del cero y el impulso continúa el esfuerzo por sobrepasar por penetrar (¡oh penetración!) el velo celestial el himen de cristal por perturbar la materia debajo de la espira con cincel o con espada cortar la curva sólida de geometría de libre habilidad hasta matar hasta los huesos subyacentes en cavernas sombrías inexistentes carapachos tan sólo imaginados que se desvanecen hasta que la polla / pluma / pene / pincel que pisa la página sucumbe a los sentidos hondamente quebrantados de la incapacidad estéril preludio del silencio que presagia la infinita soledad en un revés de misa negra que luego recomienza la lúgubre epopeya dentro del tres veces insondable laberinto loco de pensamiento palabreado allí en el espejo donde no se encuentra / nadie |
El otro lado del mapa |
a María Kodama de Borges |
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En el ínter(rogante) |
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Leerencia |
A Octavio Paz Porque la suerte es una suerte de desguince, el cortaplumas viene a ser la propia voluntad. Anónimo |
Considero conveniente estipular desde el principio —¿de qué principio y desde cuándo, qué es eso de principio?—, desde el inicio de este infinitésimo momento, que tengo la firme convicción del poderío latente del lenguaje y, al mismo tiempo, de su patente desarraigo o, mejor dicho, su desasosiego, su inquieta desazón consigo mismo. ¿O será al revés acaso? ¿Será el revés de lo que acabo de escribir tan decididamente? Digamos ya, lector, conjuntamente que patente o sea evidente es el poder vital de aquel lenguaje en tanto que latente o sea inmanente es su continua antigüedad. Arenas movedizas son palabras que describen el idioma del que forman parte —loco sinécdoque en su locomoción semántica—, idioma en el que trato de decir lo que ahora mismo digo incierta y tan calladamente, sin sonido audible, acaso sin sonido, posiblemente aligerado por la seguridad de ser aún oído y escuchado, entendido incluso en su eventual y nunca contextual sentido, hermano de su propia significación que así transmuta lo inefable, no obstante lo específico —y nunca/siempre lo específico— que viene a ser lo entonces —¿cuándo entonces?— compartido. Pero si el cambio ya iterado está jamás pudiendo ser como un desfile —que no se para por no ser comparable, que no tiene parada, que ni siquiera ostenta paridad—, como un desfile que se mira mientras pasa, entonces/luego: no tiene ni siquiera movimiento, pero su flujo, su fluir, que más se desarrolla en lo invisible, si acaso se compone de lo que no se puede asir con manos maniatadas, con formas escultóricas de pensamiento —o sea manumentales— pues su gobernabilidad no existe, siendo ilusorio su gobierno, gramatical dominio iluso, súbditos cuyo carácter pertenece a la reiterativa iteración de estados de ánimo, de humor y de color de una experiencia que vuelve a ser sencillamente indescriptible. Y mientras que me empeño en escribir —que de por sí termina siendo la supuesta descripción de un transcurrir o glosa/palimpsesto que se desmorona—, lo que se escribe ya se va desescribiendo hasta dejar las páginas de nuevo en blanco, de ese blanco que tanto horrorizaba al mago Mallarmé, como un legado inmerecido, como si yo las fuera re-escribiendo con jugo de limón antes de que se arrime una pequeña llama al dorso del papel que produjera el pasmo en un pequeño, fascinado por el misterio de su revelación. Lo que yo escribo va desescribiéndose como si se lavara en la cisterna de la inopia, como si se perdiera en agua clara a la vez que turbia, agua del mar de las palabras mismas, palabras como peces que han tenido su patrón de vida pero que ya lo van abandonando por un esquema nuevo de índole suicida, logrando así una fisura anárquica... Lo que yo escribo deja de ser texto, volviéndose jirón, hilacha, harapo, desgarradura, garra, tela de juicio ya nunca jamás, aunque parezca ser lo que ya no es, aunque semeje estar hilado y aun tejido ya fuera por la fuerza de la voluntad que es sólo apenas un reflejo, quizás el recuerdo, sí, de un eco oído en la posteridad del ya no-tiempo o del destiempo incongruente, por otra fuerza de la también costumbre, la cual parece no cambiar mas siempre cambia, no apareciendo en el desfile inmóvil de la expectativa. Lo que yo digo sin dictarlo o sea que no lo digo para ser por otro escrito —sino lo que yo simplemente escribo— y sin dictaminarlo o sea que no lo digo para ser por otro obedecido —sino lo que yo por mi cuenta escribo— es nada más querer captar palabras que al fin de cuentas no se captan sino que casi con seguridad se decapitan: lo que yo digo al escribir lo voy urdiendo al mismo tiempo que va ardiendo hasta quedar sólo ceniza. Lo que yo escribo ya se va borrando, va desapareciendo en las finuras de un desierto insomne, desdibujándose de modo paulatino como una voz que adentro va apagándose o como un sol que ni siquiera quema, un sol que no calienta ya porque sus rayos carecen de capacidad de enfoque, porque su plomo se ha tornado oblicuo, porque sus nubes se han trocado en sombras. |
Desconfiguraciones |
1. Deshaciendo el poema Hay veces que un prurito inesperado nos lleva a merodear de nuevo, a reconsiderar, y vemos que todo lo ya visto no era nada. Y entonces una sensación ambigua ejerce sobre el hombre un poder lato, extendido, más allá de la ilusión que es todo. Se mueven las cosas, los objetos, ya menos ordenados, entre los que se pierden, por ejemplo, las... y los... Así desaparecen nombres, sujetos, vago contenido: quedando sólo lada, lodo, nada, nodo, tada, todo. 2. Rehaciendo el poema Hoy que el arte tiene pretensiones, quizá la ciencia y la política debieran convertirse en juegos de átomos y sueños. Aunque ya lo son: el milagro de los panes y los peces. Lástima que el arte quiera andar no bien con compromisos, sino con ínfulas y líos. Estoy harto de harte, baste decir que el harte me harta. Y hasta que el harte os harte no os daréis cuenta cabal de que arte se escribe y se hace sin hache. ¡Hacha a la hache del harte! 3. El canto azul sin sol en la lluvia unta su urna de cristal ahoga la sed única sola columna vertebral duna de llanto luna pulsa el fondo de los viáticos luz en derroche aúna avidez de las claves grave sedente ingrávido en la noche profunda solemne de las aves se ha formado el canto |