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En busca de las calmas ecuatoriales |
A partir del cuadro Rooms by the Sea de Edward Hopper |
Algo que no se ve preocupa la elasticidad del pensamiento. Las apariciones cotidianas han sido totalmente exorcizadas. El mar, que parecía al principio vacilar, al fin ha entrado en las habitaciones y ha dejado en lo oscuro un prisma luminoso. ¿Habrá —en alguna parte— un trampolín fantasma del cual tirarse al mar mas acabar ahogándose en el cielo? ¿O de otra suerte descender al fondo del océano donde un afán no confesado pueda hallar el olvido? Tantas cosas se escuchan que nunca fueron dichas. ¡Qué soledad! ¡Qué premio inacabable de aislamiento que, sin embargo, no implica privación! Se puede ver ese silencio. Merece una respuesta y esparce visos y reflejos. Aquí se encuentra la vacante delatora, el axiómetro vacío, la oquedad que induce y clama con precisión cual un espejo, la esencia que resume la sustancia, la invertida visión ya corregida y por encima de la brújula desviada. ¿Podríamos caer en el color y disolvernos en mera liquidez? ¿Es el espacio el puro y primo gobernante del mirar, de modo que no hay ímpetu que lleve a alguna parte más que allí, descubrimiento y predestinación? Aquellas gentes, sí, las multitudes aquí ausentes, hoy están tan solas. Anhelan el misterio capaz de presentar lo que sería el futuro de un pasado. Están tan solas y por consiguiente una puerta se ha dejado abierta silenciosamente, a fin de que ellas y nosotros todos clavemos la mirada en el sonido y algún día, cansados ya del paredón del tiempo, zarpemos con el viento hacia la calma. |