Page 18 of 23
Cenizas de los muertos |
Cuando el sol está yéndose hacia el sur en el otoño y hundiéndose cada vez más en el cielo ártico, los esquimales de Iglulik juegan con hilo formando una malla con objeto de atraparlo e impedir así su desaparición. J. G. Frazer, La rama dorada |
Cuando después de haber soltado el más hondo lamento de la soledad reaparece uno, semejante fantasma probablemente asumirá el aura de un vidente. Pues lo que ve no es aquello de que la gente habla. Su relato es algo que las palabras mienten. ¿Qué fin tienen las cosas que decimos? ¿Son las palomas de la Piazza di San Marco las mismas que las de Trafalgar Square? En algún sitio yace la respuesta y su verdad trasciende todo espacio con límites abiertos. La medida del amor intenta restaurar el cuerpo hace tanto tiempo desollado. Hay que robar al tiempo muy piadosamente, llámese reliquia o llámese como se quiera, y celebrar dicho prodigio con ritos de primavera retocado, mas por derecho de conquista, poseído: lascivia del espíritu (“A ti, mar nuestro, unidos en prueba de dominio verdadero y permanente”). De nuevo diestra lucha ha de librarse en contra de un enemigo peligroso aunque en derrota, y con viril piedra recordarse la victoria (“La patria cuenta con que cada hombre haga su parte; gracias a Dios yo hice la mía”). ¿Qué fin tienen las cosas que decimos? Las decimos como un cebo, un juego de sonoros hilos para atrapar al sol que no puede atraparse. No hay forma cierta de unirse con las olas o de ganar la guerra: hablar no es realidad, es arte. En algún sitio todo lo ya dicho se deshace cual columbario que de pronto queda abierto, de donde las palabras, palomas que anidaron mucho tiempo, las santas urnas rompen y aleteando escapan. |